Capitulo III

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—Entonces, ¿Le dijiste bonito? —Katie me miraba como si me quisiera matar.

—Tal vez...

Se llevó la mano a la frente y se lamentó.

—El día que controles tu lengua será el día que lluevan perros salchichas.

Le mostré una sonrisa y ella negó con la cabeza.

—Con tu indecencia y todo te queremos. —Me rodeó con un brazo y yo me acurruqué, haciéndole saber que yo también la quería.

Estábamos en la escuela, bajando para ir al recreo cuando me dijo que le iría a decir algo a su novio —Richard, un completo idiota, con cariño — y que bajará tranquila.

En los últimos escalones pude ver que tenía los lentes completamente sucios y una vez en piso firme me los saqué para limpiarlos, el único detalle es que me olvidé que era lo suficiente estúpida para querer sacarme los lentes al mismo tiempo que me acomodaba el pelo mientras seguía caminando.

A partir de ahí fue una serie de estupidez tras estupidez que te hacían pensar cómo sabe respirar.

Lo primero fue que me metí el dedo en el ojo y por poco sentí que me salía por la oreja. Lo segundo fue que maldecí y perdí total sentido de orientación. Y lo tercero fue lo más temible: me choqué con alguien.

Lo único bueno fue que el cuerpo de esa persona era como una pared y no se cayó, pero justamente por eso sentí que me caía cuando alguien me sostuvo a tiempo.

QUÉ. PUTA. VERGÜENZA.

Enrojecí completamente y me apresuré a poner mis lentes en condiciones mientras me seguía frotando el ojo.

—Lo siento, disculpa. Venía distraída y no veía nada porque estaba sin los len... —Venga ya, ¿El universo no quería que me chocase con el presidente de paso?

Allí estaban los cinco hermanos que me había quedado mirando mientras se mudaban a unas casas de la mía, hace unos días ya.

Qué me trague la tierra y me escupa en Júpiter.

—Oye, ¿Estás bien? Casi te matas.

¿En serio me lo dices? Que no me he dado cuenta, hombre.

—Ouh, sí, sí, yo estoy perfecta. ¿Y tú? ¿Estás bien? Venía rápido, lo siento.

—Deja de disculparte, está todo bien. ¿Puedo saber qué pasó?

Y allí va nuestra dignidad.

No teníamos.

Cierto.

—Venía caminando y me... —Enrojecí completamente ante su mirada —... y me metí el dedo en el ojo.

Y recién ahí lo pude reconocer. Era el más grande de todos con expresión indiferente y cuerpo ejercitado.

Y vaya que ejercitado, casi nos ha roto la nariz.

Obviamente, hoy el universo estaba en mi contra y Lisandro me tenía que reconocer.

—¡Elizabeth! ¡Sabía que nos volveríamos a encontrar! —Le dediqué una sonrisa cálida, él sí me caía bien.

—Hola, Lis. ¿Cómo estás? —A pesar que pensé que se tomaría mal el apodo, sonrió aún más cuando lo llamé así.

—Muy bien, ahora que te tengo en frente mi día está arreglado. —Basta de sonrojarme, no me puedo sonrojar más. Me parece que lo evité, pero un poquito roja sentí el rostro.

¿No te quieres disfrazar de tomate? Es menos rojo que tú.

—Ellos son mis hermanos. Él es Luis —me señaló al chico que me había dado un aire de tierno —, Él es Lucas, el rarito —era el chico con risos bonitos — y al que te chocaste se llama Leonardo, pero llámalo así solo si quieres morir, le decimos Leo.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora