Capitulo XXXII

768 51 0
                                    

Parpadeé, intentando entender dónde estaba y quién era.

No hay nada mejor que una buena siesta.

Abrí los ojos y me di cuenta que no tenía los lentes. Lentamente empezaron a caer los recuerdos.

Preparé lo último que necesitaba para el viaje, almorcé mientras veía una película y...

Y ahí morí.

Me giré pensando en que tendría que haber ido a la casa de los chicos y me encontré a Leo con la boca abierta y los ojos entrecerrados.

—¡MIERDA! —chillé mientras me pegaba a la pared y Leo se despertaba alarmado.

—¿¡QUÉ PASÓ!? ¿¡QUÉ!? —gritó alarmado mirando a todos lados.

—¡TÚ! —le dije alarmada.

—¿¡YO QUÉ!? —exclamó mirándose a sí mismo asustado.

—¡PARECÍAS MUERTO! ¿¡EN QUÉ MOMENTO LLEGASTE AQUÍ!? ¿Que no estabas en tu casa? —pregunté totalmente perdida.

Nos quedamos mirando unos segundos y nos empezamos a reír.

Pero ninguno de los dos está bien de la cabeza.

Nos seguimos riendo como maniáticos hasta que nos calmamos.

—No es que me moleste ni nada, pero... ¿Qué haces aquí? —cuestioné.

—No viniste y nos preocupamos. Vine y abrí con la llave que nos había dado tu madre por si pasaba algo.

Yo de eso no estaba enterada.

—¿Tienen una llave de mi casa?

—Y tú de la nuestra.

QUÉÉÉÉÉÉ.

—Bueno... Sigo estando en una nube que no me entero de nada. Sigamos. Me viste durmiendo y en vez de llevarme a rastras a su casa, te dormiste conmigo —concluí.

—Está bien que sea sádico, pero tampoco tanto, amor —aseguró divertido.

—Me dejan el culo rojo, Leonardo —mascullé como si contestara algo.

—Y a ti te gusta —debatió y yo lo miré unos segundos hasta que el sonrojo me pudo y desvié la mirada.

—Tienes razón —murmuré y él sonrió orgulloso.

—Buena chica. —Me sonrojé todavía más, pero no pude pelear contra el sentimiento cálido que se extendió en mi pecho.

Tomó mi mentón y con él manejó mi rostro hasta la suya.

—Nunca, jamás, desvíes la mirada, hermosa —ordenó antes de terminar de cortar la distancia y besarme.

Movió sus labios sobre los míos y con su lengua pidió acceso a mi boca, lo cual cedí.

Escaneó todo mi ser y cuando estuvo satisfecho, nos separamos.

Dejó otro beso en mis labios rápido y se recostó en la cama.

—Ahora tenemos que esperar antes de salir —avisó con los ojos cerrados.

Miré sus pantalones y entendí enseguida.

Igual, pude distinguir un poco el tamaño.

Jesús, me matará cuando sea el momento.

—Leonardo, fue solo un beso —me quejé divertida.

De pronto, dejó un rápido, pero doloroso azote en mi muslo.

Me quejé apenas empecé a sentir el dolor.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora