Capitulo XLIX

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—¡¡¡Vamos, Leoooo!!! —grité desde la tribuna.

Escuché la risa de Lis y Lucas por mi arrebato, pero todos allí estaban gritando, qué más da.

Estábamos en el juego del sábado. Finalmente, Leo se había despertado con la energía renovada y cero dolores de cabeza, así que todos nos hicimos un hueco en la agenda para verlo ganar el partido.

Grité cuando empezó el juego.

El capitán le pasó la pelota a Leo y este se enfrentó a los rinocerontes que había en el equipo contrario. Pasó los primeros dos y en el tercer contrincante, se la pasó a su compañero, quien metió un triple limpio.

Chillé y aplaudí como foca. Sus hermanos estaban iguales o peor que yo. Ni hablar de Mara y Mikeyla.

—¡¡¡ESE ES MI HIJO!!! ¡Así, mi amor! ¡¡Vamosss!!

Pasó el primer cuarto y lo ganaron los nuestros.

Leo luego del primer pase, se quedó como defensor, evitando que marquen los contrarios. Era realmente bueno en esto. Ya había tapado más de diez intentos de bandeja y había robado cerca de seis veces la pelota.

Ahora quería jugar yo con él. Quizá no estoy tan oxidada.

Me senté en la butaca para descansar antes del siguiente cuarto. Lau me ofreció una botella de agua, la cual agradecí al tener la garganta completamente seca.

—Se te da lo de gritar y animar. Deberías ser porrista. —Miré incrédula a Luis.

—¿Yo? ¿Porrista? —repetí sin creerlo.

Las porristas eran delicadas y ordenadas.

Yo era un desastre caminando.

Un camionero era más elegante que yo.

Sonreí ante mis pensamientos y besé la mejilla de Luis.

—Espero que sea un halago —le dije y él asintió.

—Claro que lo es, stellina.

Empezó el siguiente cuarto y me levanté de la silla, comenzando a gritar cuando Leo se colocó en posición.

***

Eran los últimos minutos del juego y estaban empatados.

El entrenador había puesto a Leo de atacante porque de defensa ya no era bueno. Estaba cansado y el equipo contrario había metido a un jugador que era un toro caminando. Ya había tirado a Leo en el cuarto anterior por intentar robarle la pelota y el árbitro había dicho que fue un accidente.

En ese momento no fue normal lo que insulté al equipo contrario y al árbitro. Los chicos estaban igual o más enojados que yo, así que no me preocupé porque me castigasen.

Leo ya estaba cansado, pero estaba poniendo todo de sí para ganar.

Empezó el último minuto y con él, la última jugada.

Sacó el equipo de Leo y la recibió el mismo, empezando a correr hacia su canasta. Era una bandeja y ganaban. En ese momento, el toro lo empezó a perseguir.

No me tendría que haber reído de la cara de Leo, pero lo hice.

Me preocupé cuando el toro llegó a su lado y comenzó a tirarse encima de mi novio. Justo ahí, Leo encontró motivación y aumentó su velocidad. Se chocó contra un jugador de su equipo y pareció que le dio la pelota.

Todos creímos que la pelota ya no la tenía Leo y la tenía el chiquillo que comenzó a correr en dirección contraria. El toro lo comenzó a perseguir a él. De repente, el chiquillo se cayó, pero la pelota no salió rodando hacia ningún lado.

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