Estaba en el gimnasio con Lau y Lis luego de dejar a mi hermana en el mismo lugar que Leo para que entrenara vóley mientras en la cancha de al lado entrenaban básquet los niños.
Leo no es para nada niño.
Hombres, género masculino. Se entiende.
Terminando mi último ejercicio, me miré en el espejo y me vi la espalda.
Sentí como mis murallas caían un poco por lo que vi.
Estaba medio encorvada, pero cuando me erguí, solo conseguí que se notara mi omóplato más pronunciado y mi hombro gordo.
Me quedé impactada ante la vista que me brindaba mi cuerpo y seguí bajando mi mirada, viendo mi abdomen hinchado y mis piernas regordetas y arrugadas.
Fueron los minutos más largos de mi vida hasta que un hombre que conozco del gimnasio se acercó a hablarme y yo le seguí la conversación.
Luego de eso, seguí haciendo el ejercicio sin poder evitar que los pensamientos negativos invadieran mi mente.
Siempre fui más alta que la gente de mi edad y de lo que era normal. Con catorce años ya superaba en altura a mi mamá y a mis tías. Un metro setenta puede que no sea mucho, pero cuando trabajas tu cuerpo todos los días, te vuelves un toro.
Es una inseguridad constante, entonces aprender distintas posturas para disimular la altura y poder ver mínimo la frente de tus amigas en lugar del cuero cabelludo. Es por eso que hoy en día tenía una mala postura y mi cuerpo no soportaba mi altura. Lo adapté para convivir como una enana, pero no lo era para nada.
Tampoco tenía los hombros o las piernas flacas como las niñas de mi edad, el cabello se me inflaba y tenía muchos pelos en todo el cuerpo. Si comía un poco engordaba, pero si comía poco, me mareaba, entonces ¿Dónde quedaba?
Me llegaron a superar tantas inseguridades que simplemente las guardé, las ignoré y empecé a trabajar mi cuerpo, pero no por entrenarlo me haría más baja o reduciría la masa de mis brazos, solo se pronunciaría.
Terminé la rutina del gimnasio sintiendo una mezcla horrible de pensamientos y decidí correr un poco para desconectar.
Activé la caminadora y comencé a trotar hasta que estuve en mi máxima velocidad con mis auriculares con la música al cien. Siempre usaba mis inseguridades como motivación, pero ahora no había motivación si no conseguiría nunca lo que quería.
Respiraba aceleradamente con sudor por mis cienes, pero no pararía porque estaba funcionando, estaba olvidando.
Seguí unos minutos más hasta que vi a Lau acercarse. Me quité los auriculares, mas no reduje la velocidad de la caminadora.
—¡Hey! Tienes mucha capacidad, bonita —aseguró cuando vio que lo estaba escuchando y yo le sonreí, aunque por dentro estaba rogando no pensar más en nada y simplemente olvidar para poder descansar tranquila.
—Hoy no tuve tanto entrenamiento y tenía energía —expliqué rápidamente intentando no perder la respiración y seguir corriendo.
—Me parece que tu cuerpo quiere un descanso. —Tomó un poco de agua luego de señalarme con su botella.
—Ya lo tendrá —le respondí, por más que ya se notaba a kilómetros que necesitaba parar.
—¿Hace cuánto estás corriendo a esa velocidad? —preguntó Lis que en algún momento había llegado y escuchado parte de la charla.
—¿Tres minutos? —dije en una pregunta y los dos me miraron de tal forma que decidí decir la verdad.
Observé el contador de la caminadora y me di cuenta que estaba por cumplir los veinte minutos corriendo a total velocidad cuando ya me había cansado en el minuto diez.
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Inefable
RomansaElla era un desastre. Ellos eran cinco hermanos con una familia caótica. Ella era libros, ejercicio y estudios. Ellos eran calculadores, indiferentes y hermosos. Si se juntan los dos, ¿Qué surgiría? Muchas cosas, pero primero: El amor.