Capitulo I

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Intentaba enfocar la vista a través de las ramas, pero me era bastante difícil contando con el hecho de tener más ramas que aire delante mío.

—Ma, ¿Cuándo vamos a cortar las ramas del árbol? Ya no entra nada de luz. —Y me impide ver mi objetivo, pero eso no se lo diría.

Sin escuchar su respuesta concentré de nuevo la vista, pero al no poder ver nada y con el viento complicándome más la vida, opté por ir a la terraza.

Oooh sí, ahí sí hay buena vista.

Subí las escaleras corriendo y si no me desintegré cuando sentí el calor que hacía allí arriba, podía declararme invencible.

Una vez en la terraza, busqué lo que estaba viendo minutos atrás y confirmé que tomé la mejor decisión.

Me apoyé en la pequeña pared y los seguí viendo a escondidas.

Hace meses una familia había enviado a arquitectos para construir una casa desde cero, pero en ningún momento vimos quienes serían los futuros dueños de las casas, hasta ahora.

Era una familia numerosa, bastante, diría yo, pero no me generaba ningún problema. Mientras no sean ruidosos está todo bien.

Se ayudaban entre todos a bajar las cosas y se nota de lejos que eran realmente unidos.

Cuando terminaron de bajar la última caja, pude ver la cara del primero.

Me llevé la mano a la boca para evitar reír de los nervios.

Joder, qué bombón.

Mientras la última caja iba pasando de mano en mano, más rostros se revelaban.

Pero, ¿De dónde habían aparecido semejantes dioses?

El primero que vi tenía una maraña de rulos en la cabeza que me daban ganas de apretujárselos hasta moldearlos como quisiera. Su rostro parecía de porcelana y su cuerpo estaba ejercitado.

El segundo era parecido, pero con más músculos que persona en su cuerpo.

Y el siguiente era una réplica de ellos dos juntos, con un aura de chico tierno.

Podía suponer que eran trillizos, pero con eso no estuvieron satisfechos los padres porque pude distinguir otros dos, gemelos parecía ser.

Tenían el cabello por las orejas y con ondas. Los dos tenían una expresión fría que me impedía ver qué tipo de chicos eran.

Intenté enfocar más la vista y quedé satisfecha con entender que uno tenía la vista clavada en la caja que transportaba y el otro observaba su alrededor, inspeccionando todo.

Y obviamente me había olvidado de mirarlos siendo discreta, o sea que si los apuntaba con prismáticos pasa más desapercibida.

Pero claramente estaba inclinada en la pared de la terraza tratando de enfocar la vista en los distintos detalles con los ojos entrecerrados.

Y como para terminar de tirar mi dignidad abajo, tenía un moño mal hecho, con una remera que me quedaba grande y pantalones de pijama.

Simplemente, genial.

Me hubiera dado igual si seguía en las sombras, pero como lo nombré anteriormente, el gemelo que inspeccionaba su alrededor se cruzó con mis ojos.

Yo, espiándolos con aspecto de vagabunda.

Él, describiéndome en medio de mi delito y viéndose inalcanzable.

Pero yo no era cobarde, amiguitos.

Mamá no crió a una mujer tímida.

Le seguí la mirada en vez de apartarla y en su mirada se reflejaba un <Te encontré> e intentaba que en la mía se reflejase un <Lo sé y no me avergüenza> aunque me moría de vergüenza por dentro.

Pudo haber durado treinta segundos, pero se sintió una eternidad y eso, extrañamente, no me incomodaba, sino que me hacía desear que durase dos eternidades.

Finalmente, él apartó la mirada para contestarle a los que su madre le estaba diciendo, pero antes de eso me sonrió de lado y un asentimiento, dándome la victoria a nuestro pequeño juego.

Esa sonrisa diminuta iluminó todo su rostro y dejó de lado la indiferencia, para mostrar una hermosa diversión.

Me enamoré.

Luego de eso, preferí volver a mis cosas y no arriesgarme a que me tachen de acosadora.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora