Capitulo XXXIII

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Sonó la alarma y yo protesté, seguida de un quejido ajeno. Manoteé a mi lado y encontré el móvil.

Apagué la alarma y me acurruqué en el cuello de Lau.

—¿En qué momento cedí a levantarme tan temprano para irme de viaje? —protesté en su oído con voz ronca.

Sentí como se tensó y su mano dejó caricias en mi espalda.

—Si me sigues hablando en el cuello así, lo lamento, pero llegarás tarde al micro —advirtió con una voz gruesa.

Solté un jadeo y me quedé estática al sentir algo duro en mi pierna.

Salí de mi escondite para mirarlo y él estaba con el ceño fruncido y los ojos cerrados.

—¿Esa es tu...?

—Sí, es la mañanera. Intenta no tocarla porque no respondo a mis actos en este momento —musitó y nos dio vuelta para quedar él en mi pecho y yo acariciando su cabello.

Fruncí el ceño al sentir el ardor en mi culo, pero cuando se pasó, volví a sentirme adormecida.

Me dejé llevar por el sueño que tenía por haberme dormido tarde anoche y cerré los ojos, pero no fueron más que diez minutos cuando sentí una caricia en mi hombro.

—Arriba, dormilones. Que Elizabeth no llegará al micro —escuché una voz lejana, que me hizo echar la cabeza hacia atrás y suspirar.

—Esta clase de momentos son los que me hacen replantearme porque hago determinadas cosas si sé que después la voy a sufrir —protesté y abrí los ojos, encontrándome con el rostro indefinido de Leo.

Él me alcanzó los lentes y pude ver bien su rostro, que no estaba para nada dormido.

—Arriba, Lau —murmuré mientras sentía el beso en la frente, dejado por Leo.

Lau gruñó y se apretujó más contra mí.

—Quédate un rato más —pidió como un nene chiquito.

Estuve a punto de ceder, pero cuando Leo se dio cuenta, tomó por los hombros a Lau y lo movió.

—Arriba, grandulón —demandó y Lau se incorporó y se fue de la habitación para ir al baño común marchando con una cara de dormido y la erección mañanera.

Suerte al que sea que estuviese en el baño o le tocase la puerta cuando esté dentro.

Me senté en la cama y Leo abrió los brazos. Enseguida me acomodé entre ellos y dejé un pequeño beso en sus labios.

—¿Qué hora es? —pregunté con el sueño tentándome a quedarme en la cama calentita.

—Las seis menos cuarto y tú tienes que estar en la escuela a las seis y media, así que mueve el culo. —Me levanté contra todo mi pesar.

—¿Puedo bañarme en tu baño? —pregunté agarrando mi mochila.

—Claro. Está Luis, estábamos hablando hasta que nos dimos cuenta que se habían quedado dormidos —explicó de camino a su cuarto.

—No puedo creer que se hayan dado cuenta. Si fuera por nosotros hubiésemos dormido hasta las cinco de la tarde.

—No tengo duda alguna —declaró antes de abrir la puerta e invitarme a entrar.

Apenas entré, vi a Luis recostado en el sofá ya cambiado y muy despierto mientras jugaba con su móvil.

—Buenos días, stellina —saludó dejando de lado su móvil y abriendo los brazos.

Me tiré encima de él y enrolló sus brazos alrededor de mi cintura.

—Hola, hermoso —le contesté con una sonrisa.

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