Capitulo XLI

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Reí al escuchar a Katie maldecir en todos los idiomas a su mochila por soltarse justo cuando bajaba las escaleras.

—Es normal, mujer. Con todos los libros que llevas... —me burlé de ella llegando a planta baja y dirigiéndonos al patio.

—Como si tú llevarás menos —farfulló arreglando la mochila.

—Las carpetas no son necesarias. Un par de hojas y los libros. —Me encogí de hombros y salimos al patio.

La corriente de aire chocó contra mí.

Estábamos empezando septiembre y se sentía en el cambio de clima. Ya no era el mismo frío que te calaba los huesos y temblabas, pero todavía seguía con pantalón y buzo.

Y la remera de Lucas que robé hace algunos días, pero eso es un detalle.

Dejé la mochila junto a la de Katie ya arreglada y nos tiramos en el sol, esperando que pasaran los diez minutos que había entre clases y educación física.

Era miércoles por la tarde. Ya casi a mitad de mes. Hacía dos semanas desde que los chicos habían probado la paleta para castigarme.

Luego de ello, vimos una película todos juntos y cuando salí de bañarme con una mueca, Lucas finalmente me puso la crema para aliviar el dolor a mi trasero.

Se lo agradecí como persona bien portada y allí se terminó lo interesante. Nos fuimos a dormir después de cenar y al otro día me tuve que ir corriendo para llegar a la casa de una amiga que le había prometido que estaría allí para ayudarla con una cita.

En estas dos semanas no había pasado algo para resaltar más allá del usual descaro mío y las advertencias de los chicos. No habían probado nada más ni tampoco hubo toques calientes.

Suspiré al notar ese detalle y cerré los ojos, queriendo aprovechar los diez minutos para dormir lo que no dormí anoche por quedarme con el móvil.

Estaba disfrutando los últimos momentos tranquila antes de tener que estudiar para los exámenes y actividades que veía en dos semanas.

Sentí una mirada en mi nuca y cuando saqué la cabeza de entre los brazos, unas manos que reconocí al instante se apoyaron en mi espalda.

UPS.

—Hola, mis amores. —Les sonreí a Lis y Luis inocentemente.

—Hola, stellina. ¿Tienes sueño? ¿Dormiste bien anoche? —interrogó dejando caricias en mi espalda mientras Lis se sentaba en frente mío.

—Perfecto. Como princesa —respondí rápidamente hundiéndome en mis brazos de nuevo.

—¿Y a qué hora fue eso, muñeca?

—¿A las tres? —respondí a Lis con una mueca que no vieron hasta que Lis tomó mi mentón y me hizo mirarlos.

Resoplé e hice una mueca al ver sus miradas que prometían un castigo apenas salga de la clase.

Iba a decir alguna estupidez que me terminé de condenar cuando oí a la profesora llamando para tomar lista.

Sonreí al ver sus ojos entrecerrados.

—Me debo ir —anuncié actuando decepcionada, pero agradecía internamente a la profesora.

Me incorporé, pero antes de dar un paso, Lis me tomó del cuello.

—Luego de clases te buscamos y vamos a casa juntos. Si sientes que estás cansada, deja de hacer ejercicio. Es una orden —estableció mirándome con la mirada oscurecida.

Yo dejé de lado un rato mi descaro y me perdí en sus ojos, dejando que tenga total dominio sobre mí.

—Sí, señor —murmuré luego de unos segundos de procesar lo que dijo.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora