Capitulo XXVII

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Un capitulo un poco... duro.

—Tú sigue comportándote así y verás cuando estemos solos —me advirtió Lucas en el oído, asegurándose que nuestros padres no escuchasen.

Estábamos las dos familias reunidas para cenar. Axel y Lis habían dejado la comida haciéndose y ahora estábamos en la sala de estar repartidos en los sillones y algunas mantas y almohadas que habían traído Luz y Mara para los que no alcanzaban en el sofá.

Yo estaba entre Lucas y Lis arropada hasta la pera, pero riéndome de lo que contaba Mara sobre como los chicos habían jugado una broma a sus amigos de que se habían convertido en fantasmas y sus padres se enteraron y los despertaron rápido haciéndoles creer que era lunes cuando realmente era domingo.

La cereza del postre fue que Lucas no llegó a pasar por el baño antes de salir corriendo, entonces cuando se relajó al darse cuenta que no estaba llegando a ningún lugar tarde, se relajó de más y se hizo en los pantalones.

Eso era lo que me tenía tentada en el pecho de Lis que estaba apoyado en el agregado del sillón que habían movido para que la ronda se haga más grande.

Lucas estaba rojo por lo que estaba contando su madre y yo aproveché a burlarme de él, por eso la advertencia.

Pero hace mucho no me castigaban...

Y podría durar un poco más.

No lo creo.

Era el viernes de la misma semana en la que... ¿Cómo decirlo? Me ganaron los pensamientos negativos y si no hubieran estado los chicos, todos los horarios se habrían ido a la mierda.

Luego de la anécdota, la atención se fue hacia otra cosa y yo bostecé apoyada en el hombro de Lis.

—¿Dormiste bien hoy? ¿No dormiste siesta? —preguntó cuándo mantuve los ojos cerrados escondida en su cuello.

Sabía que todos los hermanos estaban pendientes de mí por más que fingieran escuchar lo que estaba contando su madre.

—Puede que me haya distraído con una serie... —confesé y Lis, con su brazo que descansaba en mis hombros, me pellizcó, provocando que suelte un quejido por el dolor.

—¿Cuándo tenías planeado decirnos eso? —preguntó Lucas con una ceja enarcada.

—Nunca, en lo posible —contesté reprimiendo una sonrisa descarada.

—Y una siesta tampoco estaba en tus planes, ¿No?

—¡Eso fue porque no llegué! —chillé rápido antes que lo sumaran a la lista.

Puede que haya sido un poco descarada estos días que no nos vimos.

Y también puede que esté descalza cuando me dijeron que me calce.

Y quizá tenga un buzo de Lis puesto que lo escabullí conmigo cuando escapé de sus garras el martes por la mañana en el colegio.

Y puede...

Ya se entendió, estás en problemas. Y unos muy graves.

—Si no nos dices a qué hora te dormiste y por qué no pudiste dormir la siesta, te juró que nuestros padres verán cómo te llevo sobre el hombro a dormir —amenazó Leo que estaba sentado en el agregado del sillón junto a Lau, donde la espalda de Lis y la de Lucas descansaban.

Luis estaba al lado de Lucas, con una oreja en la charla de los padres que de vez en cuando participaba, y otra oreja en mi descaro.

Lis me levantó de su hombro, cuando vio que no me movía, con dos dedos en mi mentón y yo acompañé el movimiento, encontrándome con sus ojos grises, llenos de diversión y control.

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