Capitulo XLVIII

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Solté un quejido mirando el techo.

—Odio los días que no tengo ganas de nada —murmuré enojada conmigo misma.

No puedo leer, no puedo escribir y tampoco me entretienen las redes. No quiero salir ni tampoco moverme.

Diosss.

—Si tu cuerpo te dice que no tiene ganas, deberías hacerle caso —me regañó Luis, jugando con su play.

—Pero no lo dice el cuerpo, es mi mente que no se concentra en nada entonces ya se rinde sin probarlo —aclaré subiendo la cabeza a la cama.

Ya tenía toda la sangre en la cabeza y la sentía a punto de explotar.

Quizá así me funcione mejor.

—Si tu mente lo dice, es por algo —señaló Luis finalmente matando al bicho raro que estaba en el videojuego y ganando.

Apagó la play y dejó el joystick para luego acercarse a mí.

Se sentó al lado mío y dejó caricias en mi cabello, relajándome.

—Mi mente dice cosas sin sentido —repuse intentado concentrarme.

—Tú no le encuentras el sentido —concluyó Luis.

Estuvimos un rato en silencio hasta que sentí como dejó de acariciar mi pelo para moverlo a un lado.

—¿Qué...?

—¿Qué ocurre? —pregunté abriendo los ojos, viendo su expresión confundida.

—¿Te teñiste? —preguntó con el ceño fruncido.

Me relajé.

—Hace un montón. ¿Nunca te diste cuenta? Siempre las tuve —contesté divertida.

—Nunca las vi, stellina. Pero te quedan preciosas esas mechas violetas —halagó.

Sonreí un poco sonrojada.

—Gracias, cariño —le agradecí.

En respuesta, dejó un beso en mis labios.

—Entonces, ¿Irás al gimnasio o quieres correr un poco en el nuestro y ya? —preguntó.

—Iré al gimnasio. Quiero hablar con personas y salir un poco —contesté incorporándome.

—Está bien. ¿Dónde está tu ropa?

Pensé unos segundos.

—En el cuarto de Lis.

—Ve. Luego nos vemos —me dijo.

—Hasta luego.

Lo saludé con un beso en los labios y salí del cuarto para entrar al de Lis. Solo que Lis no estaba.

Puse puchero porque quería estar con él, pero no sería posible.

Busqué la ropa lentamente para darle tiempo a volver en caso de que esté en el baño, pero cuando no apareció, supe que no vendría.

Salí de la habitación y me dirigí a la de Lucas.

Toqué la puerta y cuando escuché el permiso, entré.

—Hola, amor —saludé acercándome a él. Estaba tirado en la cama con la laptop en su regazo.

—Hola, vita —contestó retirando la laptop de sus piernas y abriendo los brazos.

Dejé la ropa en los pies de la cama y me lancé encima suyo.

—¿Irás al gimnasio? —preguntó y asentí.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora