Capitulo XVII

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Salí del baño con el ceño fruncido.

—¿Qué te tiene así, amor? —me preguntó Leo que estaba sentado en la cama, por lo tanto, me vio salir del baño por su derecha.

—Me bajó y me duelen los ovarios —me quejé como niña pequeña mientras dejaba la ropa que había usado en el día.

Ya habíamos cenado y me había metido en el baño de la habitación de Leo —él me arrastró a su habitación alegando que no quería que me olvidase que dormiría con él y con Lau—. Cuando vi mi ropa interior recordé que tenía el periodo y me puse de malas, a lo que mis ovarios dijeron: ¿Sabes de lo que te quejarás? De dolor, querida.

Me acerqué a la cama con el pijama puesto y Leo, quien ya tenía el pijama hace rato, me tomó de las caderas, haciendo que quedase tirada arriba suyo.

—¿Tomaste algo para el dolor? —interrogó y yo apoyé mi cabeza en su pecho escuchando sus latidos, enfocando mi vista en su mentón y dejando caricias en su pecho.

—No, no quiero tomar nada —respondí suavemente y él me miró con una ceja arqueada para luego dejar un beso en mi frente y acariciar mi cabello.

—Si necesitas, yo tengo medicina —avisó y yo asentí, sintiendo los ojos pesados.

Justo en ese momento, la puerta se abrió y se cerró suavemente. Supuse que los chicos no eran porque abajo ya le había dado un beso a cada uno antes que Leo me arrastrara.

Giré un poco la cabeza para ver a Lau acercándose con una sonrisa suave.

—Hola, bonita. Hola, hermanito —saludó mientras se metía en el edredón de mantas.

La única iluminación era una lámpara en la mesita de luz de la derecha, por lo tanto, la cara de Lau quedó iluminada.

—Hola, bonito —lo saludé deslizándome del pecho de Leo al medio entre los dos.

Aquí hay igualdad.

Lau me rodeó la cintura y me presionó contra él mientras Leo del otro lado se pegó a mí, dejándonos como sándwich.

—¿Tienes frío? —preguntó Leo al notar la temperatura de mis brazos.

—Teniendo dos orangutanes de cada lado lo que menos tendré será... ¡Auch! —exclamé cuando sentí el pellizco.

—Te preguntamos otra cosa, amor —reprendió en voz baja Leo.

—¿Quieres terminar como hoy a la tarde, bonita? —insinuó Lau y yo lo miré con expresión... no sé bien cómo lo pude haber mirado, pero él sonrió.

Enrojecí cuando recordé a Leo y lo miré a Lau, quien rápidamente me entendió.

—Ya lo sabe, Elizabeth.

Sentí una oleada de calor en todo el cuerpo por la vergüenza.

Seguro la cara la tenía más cercana a un tomate que a una cara.

Me giré lentamente y lo vi observándonos, divertido por mis reacciones.

—Me lo ha contado antes de cenar, amore —comentó Leo —. Debo admitir que fue una noticia que me agradó —agregó y yo seguía sintiendo la cara cada vez más caliente.

—¿Lo ves? No tienes por qué preocuparte, bonita. —Miré a Lau mientras hablaba y yo asentí.

—Lo entiendo, pero es difícil, Lau. Es... No es de lo más normal... —expliqué.

Si bien sabía del tema, no me podría acostumbrar a estar en ello en poco tiempo.

—Obviamente tenemos en cuenta eso, pero intenta dejarte llevar. Deja que tus deseos primitivos salgan y disfrutarás un poco más la vida —aconsejó Leo y yo murmuré un okey para luego acomodarme en sus dos pechos.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora