Capítulo XII

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Okey.

No, no, okey no. Estoy por salir de la escuela y en lugar de irme a mi casa a seguir estudiando como las últimas dos semanas voy a ir a la casa de los chicos a hablar sobre... ¿Sobre qué carajo hablaremos?

Okey, cálmate y deja de maldecir.

Tomé aire mentalmente y escupo —todavía en mi mente —una sarta de maldiciones que sí el obispo se entera se desmaya.

¿Mejor?

Mucho.

Sonó el timbre y salí del aula luego de despedirme de mis amigos.

Guardé el móvil en mi mochila luego de verlos a los cinco esperándome al final de la escalera. En realidad, ellos no me vieron, pero yo sí a ellos.

No se dieron cuenta de mi acercamiento y yo aparecí por arriba del hombro de Luis —cabe aclarar que en puntitas y solo se me veían los ojos—.

—¡Bu! —le susurré en el oído y él saltó del susto. Solté una carcajada y él me miró ofendido mientras Lis se reía conmigo.

—¡¡Oye!! Se supone que asustamos a otros, no entre nosotros —se quejó con cara de cachorrito.

—Pobre niño. ¿Te asusté? —me burlé y cuando asintió dije: —Entonces salió bien.

Me seguí riendo mientras los saludaba a todos, quienes tenían sonrisas divertidas.

Luis seguía indignado de camino a la salida del instituto.

—¿Cómo les fue en clases? —empecé preguntando después de las semanas que no sabía nada más allá de lo que debía estudiar.

Respondieron y estuvimos hablando durante todo el camino. Fue el primer día después de dos semanas que hablaba de algo que no tenga que ver con el colegio.

Con ellos pasaba eso. Olvidaba todo lo que me rodeaba y era capaz de sonreír sin que nada me lo impida.

Se hizo rápido el camino y cuando llegamos dejamos las mochilas en el recibidor y Lis se puso a cocinar mientras nosotros nos acomodamos en la cocina.

Leo quedó sentado en la mesada y yo con el trasero en la parte de la mesada entre sus piernas. Sus brazos me rodeaban y me acariciaban el estómago. Lucas se ubicó en la barra con Lau y Lis en la cocina que estaba al lado mío y de Leo. Luis quedó ayudando en lo que podía a Lis.

Las caricias de Leo me distraían constantemente y las mariposas en el estómago no faltaron.

Hablaron entre ellos y yo me abstraje, relajándome en el cuerpo de Leo.

Él me sostuvo mientras seguía hablando.

Sonreí suavemente y cerré los ojos. No me quedé dormida, pero me hice consciente de mí y mi alrededor. Sentí que el dolor de cabeza disminuía, aquel dolor que me molestaba hace días se fue con solo estar rodeada de los chicos.

Una paz recorrió mi pecho y mi mente se calló. No hubo más ruido, solo calma.

—¿Te dormiste? —susurró Leo en mi oído.

Negué con la cabeza mientras sentía como me apretaba más contra su cuerpo.

—Ya vamos a comer, ve a lavarte las manos —ordenó suavemente y yo asentí, dejándole un beso en la mejilla y contra toda mi voluntad, me separé y fui al baño a lavarme las manos.

Me espabilé y volví a la cocina, viendo cómo ponían la mesa. Yo ayudé y pronto nos sentamos a comer lo que había cocinado Lis, que no me había percatado hasta ahora.

InefableDonde viven las historias. Descúbrelo ahora