Capítulo 37.

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Rey Maxon L., pov.

Luego de una corta despedida con Melir, partió con prisa hacia el reino de Hellwitch seguido de sus mejores soldados, todos vestidos con sus armaduras de gala.

Su vocero ya le había avisado mediante una carta al Rey Edward que llegaría al atardecer para discutir cuestiones de Estado, y la respuesta fue bastante inmediata, teniendo en cuenta que la distancia.

"Será un placer recibirlo en nuestro reino estimado Rey Maxon Lexostor."

"Y un carajo que será un placer para ellos, seguro está deseando que pegue la vuelta, inmundo rey mentalmente inhabilitado." Pensó mientras apuraba el paso y disfrutaba saber que le causaría molestias al viejo Rey Hellwitch.

Su cabello dorado bailaba con la violencia del viento, la forma en la que sus ojos de combinaban con el amanecer era hipnótica, por supuesto que Maxon sabía que era un hombre apuesto, fuerte y su mejor arma tal vez, era su inteligencia.

Muchas mujeres trataron de enamorarlo, alguna vez incluso trato de darse una oportunidad, sobre todo cuando Elena le hizo prometer que encontraría una buena y fuerte mujer que lo acompañe y ayude a gobernar aquellas austeras tierras frías del Norte y a sus extrañas criaturas.

Pero no pudo, hubo quizá una o dos con buenos sentimientos y bellas, pero no eran suficiente para lo que requería el reino y él.

Maxon era realmente exigente en todo aspecto, no solo consigo mismo, en la vida en general, y dicha actitud aveces le costaba problemas, más no daba el brazo a torcer.

Con el tiempo la idea de una esposa se desvaneció, ya no era importante, y aunque le dolía no poder cumplirle la promesa a su hermana aún, no podía aceptar la mediocridad, con él era lo mejor o nada, así de simple.

A mitad de camino de su reino, la gente gritó y le lanzó flores al verlo pasar, no entendía eso que recibía, ese sentimiento de parte de la gente, pero los saludó con una mano y algo parecido a una sonrisa.

Era un excelente Rey, jamás le faltó nada a su gente, a pesar del clima se aseguraba de que todos tengan suficientes alimentos, agua y buena salud para vivir bien, además de justicia: era sabido que allí no había piedad para quien cometiera crímenes, las penas era duras, casi todas la horca, o en caso de robo, la mano cortada.

De modo tal que la gente vivía en paz y en tranquilidad.

Más de una vez había abandonado la comodidad de su castillo en medio de una fuerte nevada para ayudar a la gente, llevaba consigo alimentos, leña seca en enormes carruajes cerrados, enormes tanques de agua, leche y a los médicos en caso de que alguien lo requiera.

Pero no lo notaba, de hecho él no veía todas esas cosas como buenas acciones, que era lo que realmente eran, él las percibía como sus obligaciones para con su reino, y por supuesto que también lo eran, pero dichas obligaciones generaban una vuelta cálida y reconfortante de la otra parte que no lograba entender del todo.

Con el correr de las décadas y sin sus lazos cercanos, decidió cerrarse como una ostra, y no había vuelto a intentar abrirse con nadie, porque claro, con sus estándares, nadie estaba a la altura.

Cerca del mediodía Maxon y sus soldados se detuvieron para pasar la frontera con su comitiva perfectamente formada en una línea fina, para él las apariencias eran importantes, no para aparentar, sino por el hecho de generar una buena imágen, quizá también algo de terror.

Los soldados de Hellwitch casi respingaron al verlo, lo mismo con sus soldados, la diferencia de entrenamiento y la forma en la que se movían los suyos y los Hellwitchers era abismal.

Claramente Edward Hellwitch era un deficiente hasta con su ejército.

No respondió a los saludos de éstos, solo hizo un leve asentimiento con la cabeza sin mirarlos, detestaba todo de ese maldito lugar.

"Parece que uno entrara al maldito pueblo de Alicia en el País de las Maravillas: Flores, corazones, primavera y colores." Pensó con náuseas, una mueca de asco se le escapó y apuró la marcha de inmediato, si llegaba antes, se iría antes.

Era increíble como la fachada del pueblo era bella a los ojos, las casas estaban cuidadas y bien pintadas, las calles de adoquines casi brillaban, había muchos árboles y flores por doquier, pero la cara de la gente era otra historia.

Él las conocía muy bien, había visto esas expresiones de hambre y preocupación antes: cada vez que luchaban para entrar en su reino.

No supo porqué esas caras lo incomodaban, algunos lo miraban con recelo, otros sorprendidos, y algunos más con un brillo en los ojos que no distinguía.

No supo cuando, pero se detuvo frente a una niña de cabellos castaños y mejillas rosadas que vendía flores: Fresias.

El agujero en donde estaba su corazón se estrujó, ¿Acaso la vida no dejaría de golpearlo?

Las fresias eran las flores favoritas de su madre, y curiosamente la pequeña le recordaba a Elena, sus enormes ojos café y la espesura de sus pestañas la hacían ver realmente dulce.

Bajó de su caballo con cuidado, y se acercó a ella, la niña algo asustada se escondió detrás de sus ramos.

- Disculpe pequeña señorita, yo solo quería comprarle flores.- Le dijo con calma y se agachó frente a ella.

La pequeña lo miró con desconfianza pero agrandó sus ojos al verlo más de cerca e hizo a un lado sus flores.

- ¿Es usted un príncipe de cuentos? - La voz de la niña fue realmente fina.- ¡Vaya! ¡Así que si hay príncipes guapos!

El Rey Maxon revolvió su cabello incómodo pero no supo que contestarle a su piropo.

De pronto la pequeña hizo un mohín.

- Perdone, pero mis flores no son para príncipes, son demasiado simples.- Se disculpó haciendo una reverencia y apenada.

El vestido de la pequeña ya era corto para su edad, y se preguntó porque trabajaba, claramente su edad no superaba los 8.

Maxon levantó su dedo, y un soldado le trajo una bolsa de su caballo.

- Entonces que bueno que yo no soy un príncipe, soy el Rey Maxon, y tus flores si son aptas para un rey.- le tendió la bolsa de oro con la mano y la pequeña abrió los ojos como platos.

- Disculpe Rey Maxon, pero eso es mucho más de lo que valen mis flores.

La inocencia de la niña casi lo conmovió.

- Tómalo, quiero todos los ramos, ve a casa y cuida bien esta bolsa, mí soldado te acompañará así llegas a salvo.

Un soldado tomó los ramos, y otro se paró junto a la niña listo para escoltarla.

Cuando se estaba por poner de pié la niña avanzo rápidamente, y con una dulzura angelical tomo su mejilla y le dio un pequeño beso, le sonrió, agradeció y marchó saltando en compañía del soldado.

Por un segundo el Rey Maxon se quedó paralizado, arrodillado sin entender que había pasado, hacía más de un siglo que alguien se le había acercado para abrazarlo o besarlo, claramente la niña lo tomó por sorpresa y el gesto, muy a su pesar, lo había conmovido.

Se sentía realmente bien cuando ayudaba, pero no dejaba de pensar en la otra parte.

- ¡En marcha! Tengo que darle cátedra al hijo de puta de Edward Hellwitch para que aprenda a ser rey.

Sus soldados gritaron al unísono un fuerte: "Si, señor." Algunos incluso rieron por el insulto.

Pondría a ese desgraciado hombre entre las cuerdas, ya sabía que fibra tocar para ayudar de alguna manera a esa gente.

Y por Dios que haría algo, los días de jarana de Edward Hellwitch se habían acabado.

Fresias y coronas. (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora