Capítulo 42.

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Rey Zackary Hellwitch pov.

Días atrás había cometido un error garrafal, había cedido a la magia negra de quién había sido su mejor amiga y compañera de aventuras.

Antes del viaje al reino de Hellwitch todo iba de maravilla con la bruja, habían tenido acercamientos y en un momento juró que era más que magia, casi sintió que... Quizá había más que un matrimonio por conveniencia o un reclamo mágico sobre él.

El modo en que ella lo miraba, la forma en que se sonrojaba... No todo podía ser magia, ¿Verdad?

Ese día del viaje Zackary salió disparado tras descubrir que Eileen había salido antes que él ¿Pero qué le había sucedido? ¿Por qué irse así? Se vistió a trompicones y salió a la velocidad de la luz con Fuegoazul.

Casi llega sin aliento, pero justo para su llegada, y luego, todo se había ido al infierno.

No podía hablarle, todo lo que quería decirle, confesarle y explicarle... No le salía, parecía que alguien hubiese cosido su lengua a su paladar.

Observó la decepción en los ojos grises de ella, cómo la hirió su indiferencia, pero lo más grave era que no lo sentía, no sentía pena, dolor o remordimiento por sus acciones.

Varias veces mientras su amiga lo abrazaba se sintió como embriagado, con las piernas flojas y el cerebro demasiado ido.

Creyó que era consecuencia de haber salido sin desayunar, pero ¿Y sus actitudes? No había una mísera excusa para su maldito compartimiento para con su reina.

Más tarde esa noche se dio cuenta que ella se había ido, pero ahí estaba él, indiferente a todo, solo concentrado en Christine.

Así transcurrió el tiempo, estuvo más de dos días en Hellwitch en una especie de trance, hasta que la joven muy coqueta y con ropa bastante descarada le sugirió un viaje en carruaje hasta El Bosque Arlem.

Un susurro en su cerebro le dijo que debía volver y deshacerse de Christine, así que con algo de voluntad escuchó esa voz, aunque solo fue desastroso.

No solo llegó con ella a su Castillo, sino que Eileen aguardaba la llegada de ambos.

Fue impresionante.

El modo en el que su cerebro se blanqueó de cualquier rastro de dudas o brujería, todo desapareció cuando las fresias acariciaron su naríz e inspiró el mismo aire que su reina.

Allí estaba la Reina Eileen Good salvándolo, exponiendo a Christine y a su desfachatez de haberlo embrujado y engañado.

Pero él había sido débil, su corazón no soportó una insignificante prueba mágica, ni su peculiar sangre mitad humana, mitad brujo lo pudo evitar.

Observó esa noche como algo se había roto en el corazón de su bruja, como el intenso aroma a fresias dejó de acompañarlo poco a poco en lo que iba de su día, hasta casi desaparecer.

Se detestaba, odiaba lo que había pasado, era su culpa, ¿Cómo pudo ser tan débil? Unos simples carbones lo habían sacado de su eje, y había situaciones que aún no recordaba, pero sabía como que el infierno existe que Christine lo había besado.

¿Acaso el le había correspondido? ¿Acaso Eileen pudo ver todo eso? ¿Porqué tuvo que ser el quién le cause dolor?

Todos esos pensamientos lo atormentaban en la noche, y no se atrevió a preguntarle más.

Recibieron la noticia de que el Rey Maxon Lexostor vendría, así que un problema más a la lista.

Jamás le había agradado Maxon, la soberbia del príncipe dorado, (como le llamaban en las cortes) lo sacaba de quicio, y había algo más, algo más que no distinguía y hacía que quiera estar lo más alejado posible de ese tipo, y parecía que el continente no era suficientemente grande para marcar una buena distancia.

Fresias y coronas. (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora