Capítulo 28.

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Eileen pov.

Mientras ingresabamos al castillo y como si tuviésemos un pacto silencioso, caminamos juntos pero sin tocarnos, allí aguardamos unos minutos hasta que los reyes llegaron.

- Buenos días y bienvenidos.- Saludó la reina con una radiante sonrisa, su rostro desprendía luz.

- Sean bienvenidos, lamentamos las circunstancias, pero es agradable tenerlos aquí.- El Rey Edward nos miró e hizo una reverencia, por mero reflejo hice lo mismo, aunque el traidor no lo merecía.

Mí humor era pésimo, quería largarme de allí a mí castillo y apenas habíamos llegado, no sabía cómo demonios iba a hacer para sobrevivir una semana.

La reina percibió enseguida que algo sucedía y amablemente nos sugirió que podíamos descansar en nuestros aposentos hasta la hora del primer juicio en la tarde.

No había traído ninguna muda ropa pero supuse que aún quedaban prendas que había dejado antes de irme, y sino podía irme a alguna tienda a comprarme.

Luego de despedirnos y otras trivialidades subimos las escaleras, sentí que Zackary quiso decime algo cuando seguí de largo hacia mí habitación pero no le di lugar, realmente me sentía triste y desganada.

Había cosas que comprendía, como el hecho de que nos hayan obligado a casarnos, la magia que nos unía, etc, pero ¿De verdad mí compañía era tan despreciable? Negué con la cabeza y cuando llegue a mí habitación me tiré sobre mí cama un buen rato mirando el techo sin pensar en nada puntual.

Decidí salir por un bocadillo, podría pedirlo pero preferí buscarlo, antes me quite mí capa y la colgué.

Mientras bajaba las escaleras me crucé con ese maldito hombre cómplice del Rey, era Richmond.

Éste al verme me recorrió el vestido con descaro y lejos de intimidarme alcé la barbilla y lo miré como el gusano que era.

- Su visita es todo un placer, magestad.- La forma en que lo dijo me hizo querer vomitar.

- No vuelva a mirarme de esa forma tan repugnante o lo va a lamentar.- Mí voz era prácticamente un gruñido.

- ¡Vaya, que carácter tiene la reina!- Dijo el infeliz.

Cuando estaba a punto de hacer que su lengua se seque como un maldito desierto, una sombra se cirnio sobre él y abrió los ojos como platos y aterrorizado ¿Acaso había alguien detrás mío?

Seguí la dirección de sus ojos hasta darme vuelta y tomar distancia instintivamente.

Me encontré con unos ojos tan dorados como el oro, unas facciones duras, un rostro joven pero perfecto, y su tez tan blanca como la luna. Su cabello castaño dorado estaba cuidadosamente revuelto y parecía necesitar un corte.

Su cuerpo era esbelto y fuerte, debajo de una armadura negra como la noche y brillante, observé que sostenía un yelmo con forma de un dragón en sus manos, y una enorme espada colgaba de su cadera.

- Lo, lo, lo siento magestad.- Murmuró Richmond.- No sabía que estaba por llegar.

El hombre le dedicó una mirada de muerte y pero al mirarme a los ojos se suavizó un poco.

- ¿Reina Good?- Preguntó mientras se ponía de rodillas y extendía su mano pidiendo la mía. Su voz era grave pero gloriosa, hasta hipnótica.

Asentí y se la dí, la beso con una delicadez infinita, como si temiese romperme, un escalofrío recorrió mí espalda.

- He oído muchas cosas sobre usted, no sabría que vendría hoy.- Expresó poniéndose de pié y mirándome con el ceño fruncido, como si lo que oyó no se ajustara a mí apariencia.

Fresias y coronas. (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora