Capítulo 8.

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El laberinto.

Zackary.

Tan pronto como la pelirroja marcho en busca de aquella bruja, Zack salió por la entrada del castillo, y estuvo a punto de volverse, pero oyó un grito proveniente del jardín derecho del castillo.

¿Las brujas no cumplieron su palabra? ¿Habían atacado a alguien?

Aunque descarto de inmediato la idea ya que la sirena anti magia hubiera estallado. De pronto vio a Robert viniendo a paso apurado del laberinto con su rostro preocupado.

- Robert, ¿Qué sucede?- Zack estaba algo preocupado, el hombre venia corriendo pero como un zombie con cara de bobo.

- ¡Zackary! ¿existen las ninfas? – Robert lo miro con asombro y algo más que no distinguió.

- ¿Y ahora qué te pasa viejo? ¿Cómo voy a saberlo? ¿acaso te paso algo malo?

El corazón de Zack se detuvo por un segundo mientras lo observaba en busca de alguna herida, y el viejo Robert al ver su expresión, pareció salir del trance en el que venía.

- Zackary, estoy bien, lo siento, pero hay una joven lastimada en la entrada del laberinto, debo ir por primeros auxilios, por favor ¿podrías ir con ella?

Zackary recobro la compostura y asintió, a paso apurado se dirigía al laberinto cuando observo que la joven ya no estaba allí, pero justo vio unos cabellos plateados perdiéndose en la entrada.

El viejo Robert había sido engañado por una bruja, ¿Cómo no?

"¡Que viejo infeliz!" pensó Zack con rabia, y pobre de la bruja, porque ahora estaba seguro que era la misma que estaba buscando la pelirroja.

Mientras se adentraba al laberinto que recorrió millones de veces de niño, trato de entender por qué demonios una bruja querría entrar ahí, también recordó el grito que había oído.

Cuando llego al centro del laberinto se encontró con una postal que parecía divina, muy a su pesar, y se odio tanto, pero se quedo estupefacto, con los ojos abiertos como platos y conteniendo la respiración.

Allí de pie, estaba la criatura más hermosa que había visto en su vida, la luz de la luna banaba su piel de alabastro, su cabello largo y plateado caía como una cascada, y parecía tener un perfil pintado por los dioses, y luego, como si fuera poco, tenía un delicado vestido azul que se ajustaba a su diminuta cintura y luego caía hasta terminar en una cola larga.

Se acercaba con cuidado, como Ícaro al sol, totalmente hipnotizado, y otra parte de el creyó que había muerto y aguardaba por él un ángel del cielo.

Pero la estúpida estatua de su padre definitivamente no estaría en el cielo.

"? Quien esta ahí?" Oyó que el ángel hablo, y por Dios que su voz era como música, llena de valor pero también de alarma.

Lentamente y tomando una bocanada de aire se asomo hasta quedar expuesto a la luz, y allí se mostro de nuevo con su fría mascara indiferente y se obligo a no tener piedad.

Fresias y coronas. (Libro 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora