Capítulo 1

167 9 0
                                    

Primera parte

Beltrán llegó temprano al colegio como cada mañana.

Había salido de su casa casi al alba y sin desayunar. Su madre ni siquiera había advertido que su hijo ya no estaba en la casa. Alicia Bustos estaba perdida en la inconsciencia resultado de su adicción a las pastillas para dormir, Beltrán evitaba pasar tiempo a su lado tanto como le fuera posible.

Alicia era una mujer pasiva que se rendía ante el control de su amante, quien también era el padre de Beltrán y que rara vez estaba en casa, dado que pasaba todo el resto del tiempo con su familia oficial. Las contadas ocasiones en las que iba a visitarlos los llenaba de regalos y con ello mantenía contenta a su madre.

A él, con apenas dieciocho años recién cumplidos, ya no se le hacía raro que Alicia fuese un objeto más en su hogar que solo regresaba a la vida cuando estaba su amado cerca y que por cometería las locuras más escabrosas por él.

Sin embargo, Beltrán no era igual. Ni todo el dinero del mundo podría devolverle lo que le habían arrebatado siendo solo un niño.

La noche anterior su padre había llegado como si no hubieran pasado tres meses desde su última visita.

En cuanto Beltrán le vio, quiso golpearle. Aparecía sonriendo como si fuese un acto de campaña política más de su día a día, porque José Luis Cruz-Coke era el gobernador de la provincia, un político carismático y adorado, cuya familia secreta sería una mancha en su intachable reputación. Odiaba llevar su sangre y odiaba tener que escuchar de él cada día por la prensa.

Odiaba que, a pesar de no reconocerlo como hijo, le pagase el colegio más caro de la ciudad donde abundaban los niños ricos y petulantes que le miraban con desprecio por no tener un apellido rimbombante ni un coche del año.

Pero lo que más odiaba era que no le amase y que no le hubiera protegido cuando más le necesitó.

Las marcas en su corazón y en su cuerpo eran tan grandes que volvió a sentir el miedo, la vergüenza y el asco como un golpe en el pecho. Se frotó el rostro pálido con aspereza reprimiendo las emociones que le quemaban la garganta e impidiendo que éstas brotaran, porque de lo contrario le resultaría imposible detenerlas.

Dejó caer su cuerpo en su silla y recostó su cabeza sobre el pupitre, comenzaban a escucharse sonidos provenientes de estudiantes de otros salones. Sin embargo, el suyo seguía vacío. Mejor para él.

En silencio imaginaba ser un chico normal, con placeres corrientes. Sin culpas ni huellas del pasado que le impidieran tener amigos.

Sonrió con tristeza al pensar en su medio hermano mayor, Matías Cruz-Coke, al que no conocía personalmente, pero con quien le hubiera gustado crecer. Podrían haberse apoyado y acompañado.

Tal vez su hermano le hubiera protegido.

Sus pensamientos se vieron abruptamente interrumpidos cuando se abrió la puerta y apareció una figura menuda y delicada. Una chica que no tardó en reconocer.

—Buenos días, Beltrán —sus ojos se quedaron clavados en Cristal Brunetti, la joven más dulce y popular de su salón.

—Buenos días —contestó. Cristal le dirigió una sonrisa luminosa que le aceleró los latidos.

—Siempre eres el primero en llegar —replicó la joven tomando su lugar, en el primer puesto—. Has vuelto a ganarme. Mi papá me trae tempranísimo, para luego irse al trabajo y llegar a la alcaldía antes que todos los funcionarios del municipio, pero aun así llegas antes —la muchacha era hija del alcalde de la ciudad que pertenecía al mismo partido político que su padre. Él la conocía desde siempre, pero no había sido hasta que habían coincidido en el mismo curso que se había atrevido a hablarle un poco y solo por iniciativa de ella.

Beltrán no sabía si continuar con la charla o dejarla morir, pero una parte de sí quería hablarle. Deseaba tanto hacerlo.

Ser solo un chico normal ¿podría él ser normal?

No fue su debate interno el que le dio la respuesta, sino la llegada de Adolfo, el chico guapo de la clase, quien como un ciclón llegó e, ignorándolo, acaparó la atención de Cristal.

—Hey, rubia, dime que hoy sí me aceptarás un helado.

La risa de la joven y la llegada del resto de sus compañeros terminaron por sepultar su efímero momento de duda.

Lo único normal en su vida era su discreta presencia. Aquel era su día normal.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora