Capítulo 37

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Llegó el viernes y Beltrán estaba muy cansado después de una noche larga de juerga, pero era un hombre de palabra, además de puntual, por lo que ya se encontraba en el gimnasio cambiándose de ropa.

Adolfo había sido el primero en aparecer y se habían ido sumando algunos compañeros suyos de universidad. Ellos, habían dicho, iban a mantenerse juntos y conformarían el equipo adversario al de Beltrán. Eran los seleccionados de la facultad, pero no participaban en competiciones y solo jugaban por diversión.

Con sorpresa y emoción descubrió que Adolfo había invitado a sus antiguos compañeros de equipo. El reencuentro fue emotivo para todos. Se sintió de vuelta en el colegio en ese último año tan mágico para él.

El único que parecía fuera de lugar era Pablo, quien había llegado un poco más tarde. Aun así, lo habían integrado en el otro equipo, porque Adolfo había escogido formar parte de su antigua selección.

Como si el destino se empeñara en reírse de él, Beltrán tuvo la misión de marcarlo y no pensaba perder ante él.

Había jugado siempre como defensa y le acomodaba bastante esa posición. En la universidad también había participado en el equipo de su generación y había sido agradable, pero siempre había faltado algo.

Tal vez la pericia de Andrés en el medio campo que ordenaba el juego o Adolfo como el volante habilidoso que nadie podía frenar. O quizás todos sus compañeros divirtiéndose era lo que le faltaba.

Aunque pensándolo bien extrañaba a Cristal sentada en las gradas animándolo.

Recordar a Cristal inevitablemente le trajo al presente y en cuanto inició el partido se empecinó en no dejar pasar a Pablo.

Los primeros minutos resultaron más intensos de lo que imaginó porque, para su sorpresa, el novio de Cristal, cómo le molestaba pensar él de esa manera, era escurridizo. Ocupaba la posición que Adolfo había dejado vacante en el equipo y reconocía que no lo estaba haciendo nada mal.

Adolfo rompió el cero con un derechazo potente y todos celebraron, Beltrán abrazó a su compañero mirando a Pablo de reojo.

Por eso, cuando justo antes de que terminara el primer tiempo, Pablo recibió un pase filtrado, Beltrán no dudó y lo barrió, derribando a su rival.

Fue una entrega brusca que dejó resentido a Pablo. Se arrepintió en seguida. Acababa de permitir que sus emociones le dominaran.

—Lo siento —se excusó dándole la mano y ayudándole a levantarse.

—Está bien, son cosas del juego —dijo el otro sin atisbo de molestia en su tono.

Desafortunadamente Beltrán sabía que no era el caso. Lo había hecho a plena consciencia y le sentó mal. Sus celos se habían desbordado.

Volvió a su posición y dio gracias que la primera fracción terminara para despejar la mente. Los minutos que siguieron al incidente estuvo desconcentrado y dejó pasar algunas veces la pelota.

Se dieron quince minutos de descanso. Adolfo se acercó a él con inquietud.

—¿Estás bien? —preguntó llevándolo aparte.

—No —respondió avergonzado—. Me estoy comportando como un niño.

—Es culpa mía. No debía invitarlo, pero no tenía idea de que seguías enganchado de Cristal —se excusó.

—¿Quién dice que...? —se interrumpió cuando Adolfo alzó la ceja—. Vale, es cierto —reconoció.

—Lo entiendo y, como tu amigo, te apoyo, pero debes controlarte, hombre. Tampoco está bien que quieras eliminar a la competencia —riñó haciéndole sonreír.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora