Capítulo 3

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Cristal había tenido una noche inquieta, sus ojos evidenciaban su cansancio, pero luchaba por mantener el buen humor a pesar de los gritos de sus hermanos mellizos de diez años durante el desayuno.

—Por favor, Cristal, haz algo para que se callen —rogó Simón masajeándose la frente—. Solo a ti te hacen caso.

—Simón ¿no has visto su cara? Nuestra hermanita está agotada —intervino Laura, la segunda hija de la familia Brunetti, se lleva tres años con ella y eran muy cercanas. Fue la única en darse cuenta de que algo le pasaba— ¿Estás bien, Cris?

—Tuve una mala noche, no pasa nada —le calmó rápidamente—. Tomaré algo de café para despertar y estaré mejor.

—Debes cuidarte, Cris —terció el mayor de los hermanos—. Sin ti esta familia pierde la cabeza.

Los mellizos seguían discutiendo, pero la llegada del patriarca de la familia los silenció. El padre les dirigió una mirada reprobatoria.

—Tienen cinco minutos para estar listos —ordenó y los mellizos asintieron, sumisos—. Cristal, también va para ti.

—Voy por mi bolso —aceptó con derrota. Su café tendría que esperar.

Laura frunció las cejas y, aprovechando que su padre siempre había mostrado una inclinación hacia ella por sobre sus hermanos, le reprochó:

—Papá, Cristal no ha tomado desayuno —la aludida quiso restarle importancia al asunto, pero su hermana no lo permitió—. Aún es temprano, deja que mis hermanos coman algo antes de ir al colegio.

—Cualquiera hubiera dicho que con semejante escándalo que estaban montando estarían todos listos —reprendió el hombre. Se llevó una mano a la barbilla y cedió a regañadientes—. Está bien, pero procuren no hacer tanto ruido y apresúrense.

—¿Mamá aún duerme? —preguntó Simón con una tostada a medio comer en la mano.

—Sí —su voz estaba embargada de preocupación y su semblante delataba que también había pasado una mala noche. Alzó el mentón como si recordara algo y carraspeó—, su resfrío no le da tregua —agregó.

—Si continúa así tendrás que llevarla al médico, aunque no quiera —advirtió Laura exteriorizando la sugerencia que todos habían querido hacer sin atreverse.

Cristal estaba preocupada por su mamá, llevaba días enferma, muy débil y no se levantaba de la cama, pero se negaba a darle importancia y solo su padre podía entrar a verla.

Ella había querido acompañarle; sin embargo, su madre no se lo había permitido por miedo a contagiarle, según decía.

Aquella preocupación eclipsó el momento de debilidad que había tenido la noche anterior por Beltrán. Tal vez su reacción a la actitud de su compañero obedecía a la preocupación que tenía por su madre y ello la había puesto sensible.

Ese pensamiento le calmó un poco la ansiedad que tenía desde lo ocurrido.

A pesar de todo, la mañana continuaba normalmente. Sus hermanos mayores se fueron a la universidad juntos y ella y sus hermanitos menores viajaron con su padre en dirección al colegio.

Su rutina se rompió cuando llegó al aula y en lugar de Beltrán sentado en el último asiento del lado de la ventana, encontró el salón vacío.

Sus compañeros fueron ocupando sus lugares, pero Beltrán no llegó. La inquietud se apoderó de ella ¿acaso el incidente del día anterior le había perturbado tanto que no había querido ir más al colegio? Era posible... él era tan diferente a los demás.

Se sentía tan culpable por lo que había pasado.

La profesora de biología hablaba sobre un proyecto que tendrían que hacer en parejas a lo largo del semestre. Aldana estaba mirando en su dirección suplicándole que formaran equipo y Cristal asintió distraídamente.

—Cada pareja tendrá que investigar el tipo celular que les asignaré y una patología que esta célula pueda desarrollar. Por ejemplo, a la pareja que le toque el melanocito deberá investigar todo lo referente a la célula, función, relaciones, vías de señalización y la patología, en este caso, el melanoma—. Explicaba la docente. La mayoría de los jóvenes hacían caras de desagrado mientras un porcentaje menor tomaba notas—. Cada dos semanas tendrán que mostrarme el avance de su investigación, lo que será tomado en consideración para la calificación final.

—¿Se nos darán puntos extras? —preguntó una muchacha.

—No, aunque se les restarán en caso de no presentarlo —varios quejidos se escucharon, pero la maestra permaneció impasible—. Suena tedioso, pero les ayudará a discriminar y filtrar datos en la búsqueda de información, lo cual les será muy útil en la universidad.

—¿Profesora, le tenemos que anotar nuestras parejas ahora o podemos enviarlas más tarde a su correo electrónico? —preguntó Aldana, la mujer negó, categórica.

—Las parejas estarán dadas por el orden de lista, señorita Echeñique.

—No, profe, por favor —suplicó la aludida y a ella se le unió un coro de voces disconformes. Cristal no se sumó, honestamente le daba igual con quien le tocara trabajar. Ella no se haría problema y daría lo mejor de sí de todos modos.

—Lo siento, jóvenes, los temas ya están asignados —la docente zanjó el asunto y procedió a entregar el listado de temas y los integrantes de cada dúo. Cristal prestó atención cuando correspondió el turno de su paraje, dispuesta a anotar el tema a investigar—. Brunetti y Bustos con astrocito y astrocitoma.

—¿Con Beltrán? —se le escapó y la profesora le miró con reproche.

—Eso dijo, señorita Brunetti. Continúo si no le importa...

☆☆☆

Beltrán estaba tirado en su cama, amargas lágrimas brotaban de sus ojos y el dolor de antaño continuaba quemándole el pecho como el primer día.

No existía nada ni nadie que pudiera borrar las marcas que tenía en el alma.

Su espíritu estaba roto y su madre solo sabía evitar el tema. Le dolía. Le dolía tanto que el día anterior le había gritado hasta quedarse sin voz. No podía más.

Volvió a esconder la cara en la almohada y ahogó un sollozo.

Quería salir de esa casa y desaparecer. Quería terminar con todo lo que le hacía daño.

Odiaba ser el héroe trágico de la historia. Odiaba sentirse así. No tenía la culpa de lo que había pasado y era él quien cargaba con las consecuencias. Era el único que sufría cada día de su vida.

Si tan solo hubiera tenido un padre que se hubiera hecho cargo de su responsabilidad y una madre que se preocupara por él, en lugar de una negligente que solo vivía por su amante casado.

Su celular vibró en la mesilla de noche y lo ignoró. Nadie tenía su número, salvo sus padres y era con los últimos con quienes le apetecía hablar.

Sin darse cuenta se quedó dormido y cuando despertó caía la tarde. Miró la hora en su celular y se encontró con un mensaje en su bandeja de entrada del correo del colegio. Lo abrió sin ganas y leyó:

"Hola, Beltrán, soy Cristal. Hoy no viniste a clases así que te informo que somos equipo en un proyecto de biología. No tengo tu número de celular para darte los detalles, pero te dejo el mío para que me llames si quieres. Espero que estés bien y que tu falta no sea por algo grave.

Estamos en contacto.

Cristal

679xxxxxxxxx"

Se llevó las manos a la cara y una risa amarga brotó de su garganta.

—De todos, tenía que ser ella —le dijo a la nada.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora