Capítulo 48

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Cristal despertó entre los brazos de su novio después de una reparadora noche de sueño.

Desde su primera vez habían transcurrido exactas nueve noches. Por supuesto que habían repetido en algunas ocasiones, pero se lo tomaban con calma. El haber comenzado su vida íntima no los había cegado, seguían hablando y compartiendo muchos momentos juntos sin que la tensión sexual les nublara la cabeza.

Beltrán, quien aún dormía, había demostrado ser un amante muy atento a sus necesidades. Aquello era adorable, pero había un asunto con el cual no se sentía del todo cómoda.

Su manera de tocarla, siempre romántica, le impedía a ella tomar el control. No quería decir que lo gozara menos, solo que a veces quería hacerle sentir tan bien como se sentía ella con sus atenciones.

Se sonrojó al darse cuenta del curso que estaban tomando sus pensamientos.

¿Pero ser pareja no implicaba hablar de sus deseos sin pudor?

Lamentablemente ese tema tendría que esperar. Beltrán tenía que volver a su antigua ciudad para la ceremonia de entrega de su título. Lo echaría de menos.

—Buenos días —saludó él con la voz ronca por el sueño— ¿Qué hora es?

Con el cabello revuelto y sus ojos entrecerrados se veía más joven. Cristal le besó la mejilla.

—Aún no son las siete —el calor que emanaba su cuerpo le invitaba a acurrucarse a él—. Tenemos tiempo.

—Te voy a extrañar estos días —se quejó como un niño y ella soltó una risita.

—Pensaba lo mismo. Serán días muy solitarios sin ti —suspiró abrazada a su tonificado torso—. Es curioso como pasamos años separados y ahora no puedo imaginar mis días sin verte.

—Yo tampoco —se giró para quedar sobre ella— ¿Quieres hacer algo para recordar hasta que vuelva? —preguntó con picardía.

—No lo sé —jugueteó, traviesa—. No estoy del todo convencida.

—¿Me permites intentar convencerte?

Cristal hizo un puchero y fingió pensarlo un poco antes de asentir.

Beltrán le besó los labios y acarició sus piernas instándola a rodearle las caderas con ellas. Delicadamente le pasó la camiseta, la única prenda que le cubría, por la cabeza desnudándola sin esfuerzo. Él se quitó la ropa interior y sin demasiados preámbulos se puso un preservativo y entró en su cuerpo, el cual lo recibió con la cálida humedad que comenzaba a conocer tan bien.

Se movieron juntos en una danza tan primitiva como el mismo tiempo. Cristal soltaba algunos gemidos agudos, mientras Beltrán se susurraba entre dientes lo mucho que la amaba.

El sudor de los dos, que se mezclaba con cada roce, y sus respiraciones agitadas delataban el placer que estaban experimentado.

Cristal llevó las manos hacia el cabecero de la cama para aferrarse a él y arquear la espalda con gusto. Estaba perdida en el momento y, sin ninguna inhibición, le exigió más rapidez.

Esa nueva faceta de Cristal resultaba excitante. Ser testigo de cómo era capaz de llevar al límite a la mujer que tenía su corazón en sus manos, era placentero por sí solo. Le dio lo que quería y observó con orgullo cómo su rostro se contraía de gozo y soltaba un último grito antes de caer pesadamente en la cama.

Él seguía dentro de ella, quieto y sin haber culminado, pero satisfecho con solo verla. Ella aprovechó que estaba con la guardia baja y llevó las manos a sus glúteos.

—¿Y tú? —preguntó casi en un ronroneo. Beltrán resopló y apretó los dientes—. Estás cerca.

—Quería verte —dijo con dificultad.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora