A Aldana le sorprendió ser descubierta por Beltrán, pero la realidad era que no le importaba en lo más mínimo lo que él pensaba de ella. Lo único que le preocupaba era la reacción de Cristal, quien había salido corriendo detrás de él.
Se convenció que la reacción de su amiga obedecía al proyecto que tenían que realizar juntos y no por otra cosa.
Para Aldana, no había persona más importante en su vida que Cristal. Cristal era su roca y su motivo de sonreír, aunque nunca tuviese el valor de confesárselo. No sabía desde cuándo había dejado de verle como una simple amiga para transformarse en su amor secreto.
Estaba mal, lo sabía. Su familia no soportaría tener una lesbiana entre los suyos, sin embargo, ella no podía evitar sentirse enamorada de la pequeña niña rubia de ojos azules que le transmitió tanta paz el día que la conoció y que se empeñó por convertir en su amiga.
—Creo que esta vez te excediste, Aldi —recriminó Andrés—. No era necesario ser tan grosera.
—Cállate, mojigato —escupió de mal modo—. A Beltrán no le debe importar lo que yo piense.
—Pero a Cristal, sí —acotó el joven dirigiéndole una mirada significativa y Aldana se sintió inquieta ¿Acaso él era consciente de sus sentimientos? No. No podía ser. Nadie podía saberlo.
Adolfo soltó un bufido y con un gesto le restó importancia al asunto.
—Relájense, mientras no afecte su proyecto estará bien. Cris no puede enojarse contigo, Aldi, eres su mejor amiga.
Mejores amigas. Eso eran y nunca cambiarían. Al menos eso esperaba.
☆☆☆
El resto de la jornada de clases se había instalado un ambiente incómodo en el salón. Cristal evitaba a Aldana y esta última estaba deprimida y ausente de todo a su alrededor.
Cuando sonó el timbre que indicaba el fin del día escolar, la chica rubia salió rápidamente del aula sin esperar a su grupo de amigos. Se sentía avergonzada por la actitud de su mejor amiga frente a su compañero de equipo y, honestamente, estaba desilusionada de ella.
Esperaba tras una taquilla a que Beltrán saliera, rogando no ser vista por nadie que quisiera hablarle y darle la oportunidad a su compañero de irse sin escucharla. Quería disculparse por última vez antes de marchar para eliminar el sentimiento amargo que la embargaba.
Vio al joven caminando cabeza gacha en dirección a su casillero. Su expresión le conmovió, se veía tan apocado, triste incluso. Siempre era lo mismo con él. Su fragilidad le producía intriga y ganas de integrarle. Sin embargo, Beltrán no parecía interesado.
Se acercó con cautela, temiendo un rechazo tajante.
—Este... Beltrán ¿Podemos hablar? —preguntó. El joven no respondió, solo le miró con hastío—. Sé que no quieres juntarte conmigo, pero realmente quiero arreglar esto.
—No tienes la obligación de hacerlo —espetó y se encaminó a la salida. Cristal le siguió. Quisiera o no, se haría escuchar.
—Entiendo que no confíes en mí, en tu lugar yo tampoco lo haría, pero no quiero que por un malentendido se arruine nuestra amistad...
—¿Amistad? —interrumpió en medio de una carcajada seca, cínica y carente de humor— ¿Desde cuándo somos amigos tú y yo? —su voz sonaba rota, como si ella estuviese jugando con él y a Cristal le dolió darse cuenta.
—Somos compañeros y te estimo mucho. Para mí eres un amigo.
—Yo no tengo amigos, no los necesito —Beltrán se dirigió a paso apresurado hacia un parque pequeño cercano al colegio, Cristal corrió detrás de él.
—¡Es que no permites que nadie se te acerque! —gritó, dándole alcance—. Muchos lo han intentado, no puedes no haberlo notado.
—No me interesa.
—A mí sí. Yo quiero ser tu amiga —Cristal le agarró la mano y Beltrán olvidó de pronto cómo respirar.
La delicada y sonrosada mano sobre su piel pálida creaba un contraste hermoso. Ella era tan suave y dulce que no pudo evitar mirarle a los ojos.
Su cabello rubio a la luz del sol lucía resplandeciente, como si un ángel hubiera bajado a la tierra para deleitarle con su belleza. Beltrán cerró los ojos para recuperar el ritmo normal de su respiración. Creyó que si no la veía sería más fácil mantenerla a distancia.
—No querrás tenerme cerca. Nadie querría.
—¿De qué hablas? No veo un motivo para eso —sin soltarle la mano, el muchacho negó con la cabeza, vehemente.
—No soy normal, nunca seré como Adolfo o cualquier otro chico. Estar cerca de mí solo te hará daño.
—¿Es por el gobernador Cruz-Coke? —Beltrán recibió sus palabras con estupor y se separó de ella al momento. No era ese el motivo principal, pero aquel era otro tema espinoso en su vida.
—¿Cómo lo...?
—Te vi con él... bueno, algo así —titubeó la joven—. El primer día de colegio del año pasado los vi juntos —aclaró y el joven soltó un suspiro—. Aunque el color de tus ojos siempre me recordaba al de Matías, él es muy amigo de mi hermano. Creí que solo se trataba de una coincidencia hasta ese día. Él estaba esperándote, pero no te detuviste a hablarle. Sospeché que eran familia.
Beltrán se llevó una mano a la cara y se sentó en un banquillo cercano.
—O sea, siempre lo supiste. Sabías que soy el bastardo de ese sujeto.
—Sí, mi hermano me prohibió hablar del tema por respeto a su amigo y le hice caso hasta hoy.
—¿Y te da igual? Hay un hijo ilegítimo en tu clase de niños pijos —la joven se sentó a su lado con delicadeza. Comprendió su angustia y quiso aliviarlo.
—No me importa quién sea tu padre. En realidad ¿Es eso importante? —inquirió con suavidad y buscó una de sus manos con las que cubría su cara—. El otro día me defendiste y no te agradecí por ello.
—Fui un idiota, no había ningún peligro —retrucó él, molesto consigo mismo.
—Te arriesgaste de igual modo y eso me conmovió —le dijo la muchacha, enternecida—. Gracias por cuidarme —Beltrán se sumergió en el azul de su mirada por un largo momento. Cristal carraspeó para romper la tensión que se había instalado entre los dos, le puso nerviosa la intensidad con la que le miraba—. Beltrán, deja de esconderte —pidió.
—No puedo —reconoció el chico, alejándose unos centímetros y ocultando sus ojos tras el cabello que caía por su frente—. No es tan simple. Lo intenté antes, pero llega un punto en que la gente quiere saber de mí, de mi familia... y no puedo.
Cristal entendió que Beltrán cargaba con un peso demasiado grande para él, que se sentía impotente e indefenso y, lo peor, es que estaba solo.
—Entonces olvídate de los demás —ordenó como si se dirigiera a alguno de sus revoltosos hermanitos pequeños—. Olvídate de todos, pero no te escondas de mí. Déjame entrar en tu vida.
Tal vez ella no comprendía el peso que sus palabras tenían y el efecto que provocaban, pero para Beltrán aquella petición aceleró su corazón y fue incapaz de negarse.
¿Quién podría decirle que no a la chica más hermosa y dulce del mundo?
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El día que me quieras
Romance¿Cómo añorar lo que nunca se ha tenido? Si él nunca ha conocido el amor ¿por qué de pronto tiene ojos solo para ella? Cristal siempre ha tenido todo lo que ha deseado. Su vida transcurre sin sobresaltos entre el colegio, sus amigos y su amorosa fam...