Capítulo 2

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Cristal le sonreía a su mejor amiga, Aldana, mientras esta discutía con Adolfo. Le divertía la relación de esos dos, parecían hermanos que no podían evitar lanzarse pullas.

—Deja de ser tan creído —espetó Aldana echando su corto cabello oscuro hacía atrás—. Tu único talento es correr detrás de una pelota.

—Por lo menos tengo un talento —puntualizó él. De cabello rubio claro y porte intimidante, Adolfo podía dar la imagen de chico duro, sin embargo, su verdadera naturaleza distaba mucho de ser así. Adolfo siempre era dulce y atento con ella.

Cristal sabía que le gustaba, pero Adolfo aún no se lo había confesado. Lo prefería de ese modo, simplemente porque no sentía lo mismo y no quería hacerle daño, su cariño por él era muy grande como arruinar la amistad que habían forjado a lo largo de los años por un enamoramiento pasajero.

—Lo que tú digas, cabeza oxigenada —bufó Aldana—. Cristal, acompáñame a comprar algo para comer —pidió dirigiéndose a ella e ignorando al joven que le sacaba la lengua por el apelativo peyorativo que había empleado en su contra.

—Vale —aceptó con una sonrisa— ¿Quieres algo de la cafetería, Adolfo?

—No, no es necesario. Abandóname sin culpa —replicó el muchacho llevándose una mano al pecho con aire dramático—. Voy a buscar a Andrés. Ya debe haber terminado la junta de representantes con el director —Andrés era el cuarto integrante del grupo de amigos que conformaban y, de todos, el más sereno.

Aldana, Adolfo y Andrés habían comenzado su amistad en el jardín de niños solo porque les hacía gracia que sus nombres empezaran con la misma letra. Estaban siempre juntos, hasta que Cristal había llegado al mismo salón y una conexión especial hizo que la integraran a su grupo de amigos.

Desde entonces nunca más se separaron.

Coincidía también que los cuatro provenían de familias con cierta influencia y la amistad que habían formado resultaba bien vista por sus padres. A Cristal aquello le resultaba muy importante porque, aunque no le reconociera nunca en voz alta, siempre buscaba la aprobación de su padre.

Ser la tercera hija de una familia con cinco vástagos era un poco complicado, ya que tendían a olvidarle ya pasarle por alto ante los logros de sus hermanos mayores y por las travesuras de los menores.

Llegaron al casino y Aldana arrugó la nariz.

—Qué asco —dijo y volteó la cara—. Huele a fritura.

—¿Quieres que entre a comprar? Puedes esperarme aquí si gustas —preguntó, amable—. Sé que odias los olores fuertes.

—¡Eres la mejor! —exclamó la morena y le abrazó. Aldana la superaba en altura por casi una cabeza—. Me casaría contigo si fueras lesbiana.

—Ya, ya —rio la rubia, separándose—. Voy por tu comida.

Aldana se hizo a un lado y Cristal entró, la mezcla de olores le llegó de lleno, pero no le provocó ningún rechazo. A su paso recibió los saludos de un grupo de novatas del club de porristas, el cual ella lideraba, y de varios de sus compañeros.

Era popular y amada por todos. Ella era la chica más querida del colegio según sus amigos. Podía resultar exagerada dicha definición para quien no la conociera. Sin embargo, desde pequeña había sido la conciliadora entre sus hermanos y la que acompañaba a su papá a todos los eventos de caridad en los que participaba. Acostumbraba a sonreír con diplomacia y a mediar en conflictos familiares.

—Buenos días, señorita Brunetti ¿qué va a querer? —espetó la encargada de la cantina con diligencia.

—Buen día, doña Carmen —saludó y procedió a ordenar. Mientras esperaba se sintió observada y dirigió su mirada hacia el fondo de la cafetería. Allí envuelto en un halo de misterio permanecía Beltrán Bustos, su compañero de clase.

Siento muy honesta, Beltrán le intrigaba.

Desde que le conoció no había logrado tener una conversación profunda con él, lo cual le desconcertaba. Sus compañeros le evitaban y a él no parecía importarle, por lo que no era solo así con ella.

Sus ojos grises le gustaban por ser de una tonalidad que solo había visto en dos personas antes que él, en el gobernador José Luis Cruz-Coke y su hijo Matías. Cuando se lo había comentado a su hermano mayor, Simón, éste le había advertido que no se metiera en lo que no le importaba.

Ella no era tonta y había sacado sus propias conclusiones al respecto. Beltrán debía ser algún hijo ilegítimo del gobernador y Simón, dada su amistad con Matías, debía sospechar o saber algo.

Por muy insoportable que fuese su hermano, debía reconocer que era listo y perspicaz.

Pero ella también lo era y desde entonces la curiosidad por Beltrán no hacía más que aumentar. El joven había apartado la mirada y ella se dio la licencia de observarle a sus anchas.

—Tenga, señorita —escuchó que le llamaban y se vio obligada a apartar la vista del muchacho de ojos grises.

—Gracias —el receso estaba a punto de terminar y, sorteando al resto de estudiantes, corrió hacia Aldana para entregarle su pedido.

Hablaron de cosas intrascendentes y una vez en el salón esperaron a que la clase correspondiente diera inicio. Uno a uno los asientos se fueron llenando entre risas y jugarretas.

Cristal era la más bajita de sus compañeros y a menudo le hacían bromas al respecto, a ella le divertía porque nunca habían sido irrespetuosos, pero justo cuando alguien hizo un comentario jocoso sobre su altura, Beltrán, que acababa de entrar y pasaba cerca, se detuvo de golpe.

—No la molestes —dijo en un susurro. Todos los presentes se paralizaron y toda conversación cesó en el acto.

—Hey, el niño raro habló —rio Aldana dándole un codazo a Adolfo, quien frunció las cejas sin seguirle la broma.

—Tranquilo, hermano, solo era un chiste —se justificó el culpable—. Deberías relajarte un poco. Estar todo el día amargado no debe ser bueno y... —Beltrán se encabritó y dio un paso hacia el joven, quien retrocedió con las manos en alto.

Cristal, atónita, se interpuso entre los dos.

—Basta, Beltrán. Está bien, no hay motivo para pelear. Solo estábamos jugando —dijo intentando calmarle—. Por favor, no armemos un drama por esto —imploró y pudo ver cómo el joven se relajaba y aceptaba en silencio. Se dio la vuelta obviando las miradas sorprendidas de sus compañeros.

Todos los presentes se preguntaban qué había sido eso, pero nadie era capaz de vocalizarlo.

Para cuando la profesora entró, el tema fue olvidado. Beltrán era raro y por tanto su actuar era impredecible, nadie le dio más vueltas.

Salvo Cristal.

Ella no podía sacarse de la cabeza el brillo de sus ojos grises y la determinación con la que le había defendido.

Incluso horas después del evento y ya en su casa a punto de acostarse a dormir, mientras cepillaba su rubio y largo cabello no paraba de pensar en él.

Se trenzó el pelo y miró su reflejo en el espejo. Su imagen se difuminó y se sorprendió llorando sin razón aparente.

¿Por qué lloraba?

Su vida era perfecta y ella lo tenía todo. No tenía sentido que llorara... solo que tal vez no llorara por ella, sino por el chico triste que nadie comprendía y que le había defendido con tanta pasión como nadie había hecho antes.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora