Capítulo 8

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Cuando Cristal despertó, Beltrán ya no estaba a su lado. Miró su reloj y con sorpresa constató que habían pasado casi tres horas desde que se habían fugado del colegio.

Había dormido bastante y muy bien. Se sintió más tranquila y descansada, no sabía lo agotada que estaba hasta ese momento que se sentía repuesta. Revisó su celular y tenía una llamada perdida de su hermano mayor y varios mensajes de su hermana.

Frunció las cejas, sabía que sus hermanos mayores iban a sermonearla por haberse ido del colegio en plena jornada de clases.

Decidió llamar a Laura, ella entendería mucho mejor la situación que Simón, su hermano podía ser muy estricto cuando se trataba de disciplinar a los menores de la familia. Marcó su número, esperó a que le atendiera y en cuanto lo hizo no le extrañó que le gritara.

—Por fin das señales de vida —dijo nada más constatar que era Cristal quien llamaba y que se encontraba a salvo—. No tienes idea de lo preocupados que estábamos. Espera —alejó el auricular y se dirigió a otra persona—. Es Cristal, está bien.

—¿Con quién estás? —se atrevió a preguntar, pero no recibió una respuesta de parte de Laura, sino de Simón quien le quitó el teléfono a su hermana.

—¿Acaso estás loca? ¿Cómo se te ocurre fugarse del colegio y desaparecer por horas? ¿Dónde demonios estás, Cristal?

—Lo siento, no quería preocuparlos.

—Agradece que papá no atendió la llamada y luego me llamaron a mí para notificar el incidente.

Lo agradecía, pero no le iba a dar el gusto de concederle la razón si seguía hablando en ese tipo autoritario.

—Basta, Simón —escuchó la voz de Laura—, nuestra hermana está bien y es todo lo que importa.

En ese momento Beltrán entró a la habitación, estaba despeinado y tenía una expresión tímida en el rostro.

Le saludó con la mano y al verla ocupada se quedó de pie sin decir nada. Cristal se encogió de hombros moduló:

—Mis hermanos.

Beltrán asintió y se sentó en la cama evitando hacer ruido.

—Dime dónde estás y voy por ti.

—No es necesario, estoy bien.

—Cristal, no juegues con mi paciencia —advirtió Simón y no le quedó más remedio que responderle.

—En el hotel de nuestra tía Constanza.

—¿Contento, Simón? Está segura con tía Coni —acotó Laura. Cristal asumió que tenían el altavoz activado así que no le quedó más que rezar que siguieran en la universidad y que no hubiese chance que sus padres se enteraran por casualidad

—No debiste fugarte del colegio —siguió su hermano algo más tranquilo.

—Lo sé, pero lo necesitaba —la joven sentía que su garganta volvía a cerrarse—. Por favor, concédeme este tiempo a solas.

Su hermano chasqueó la lengua y cedió a su pedido, pero antes le hizo prometer que le avisaría si lo necesitaba y que llegaría a casa a una hora prudente.

Cuando finalizó la llamada, Cristal suspiró trémula, pero aliviada.

—Te llevaste un buen sermón —espetó Beltrán, divertido. Buscaba distraerla y ella se dio cuenta.

—Simón es fastidioso. Ni quiera fue a él a quien llamé porque sabía que iba a montar un escándalo —Beltrán tenía un hermano, pero no sabía lo que significaba ser hermanos y sintió envidia de Cristal porque, aunque se quejara, tenía a alguien que se preocupaba por ella. Encorvó los hombros con derrota.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora