Cristal esperó que Beltrán le contestara su mensaje, pero aquello no ocurrió. Resignada a no tener noticias suyas, se acostó a dormir. Honestamente su compañero había pasado a segundo plano.
Su madre seguía enferma y la preocupación se acrecentaba en casa. Sus hermanos mayores no podían ocultar la angustia que comenzaban a sentir y su padre, aunque intentaba fingir, se apagaba con cada día que pasaba junto a su mujer.
Irían juntos al médico al día siguiente.
Si algo podía destacar Cristal era que su padre amaba localmente a su esposa y madre de sus hijos. Amanda López había sido una hermosa modelo, de cabello rubio y ojos castaños almendrados que habría llegado lejos de tener los contactos adecuados. Sin embargo, su bajo nivel social no le permitirá integrarse a las altas esferas.
Su aventura en el mundo del modelaje se hubiera acabado de no haber coincidido con el prominente político Alberto Brunetti, diecisiete años mayor que ella y carente de todo atractivo físico, era bajo y de contextura robusta, en aquel entonces, además, mostraba signos de alopecia prematura. A Amanda no le hubiera llamado la atención de no ser por su influencia y sus buenas referencias.
Se habían casado a los pocos meses de conocerse y al año ya tenían a Simón, que lo único que había heredado de su padre eran sus ojos azules, rasgo que compartían todos los hermanos Brunetti López, que, salvo el cabello oscuro de Laura y del mayor de los mellizos, tenían las mismas características y facciones bellas y elegantes de Amanda.
Alberto amaba tanto a su mujer que no le importaba que dicho amor no fuese recíproco. Ella le quería, era natural después de casi veinticinco años juntos, pero no había logrado enamorarse de él por completo. Aun así, se llevaban muy bien y si discutían era solo por sus hijos cuando no coincidían en la disciplina que imponía Alberto.
Cristal sabía todo eso. No era ciega, pero podía apostar a que su madre era feliz. Amaba a sus hijos, incluso cuando le había confesado que el embarazo de Simón había sido un golpe difícil de digerir para alguien tan independiente como ella, pero que al recibirle entre sus brazos se había enamorado de aquella hermosa criatura y que cada hijo desde entonces había sido muy deseado.
Por ello, verle tan enferma le dolía en el alma. Para colmo su padre sin ella no era el mismo.
Su preocupación era evidente para su círculo de amigos, quienes respetaban su silencio e intentaban distraerle.
—Tengo que investigar el osteocito y el osteosarcoma —acotó Andrés, encogiéndose de hombros—. Quedé hoy con Luciana para comenzar a investigar.
—Interesante. A mí me toca la célula beta pancreática y la neoplasia de las células beta, me tardaré más pronunciándolo que exponiéndolo —rio Adolfo.
—Por lo menos tú puedes pronunciarlo, yo tengo el miocito y la patología es el rabdomiosarcoma, un trabalenguas —se quejó Aldana, Cristal miraba distraídamente su celular esperando noticias de su familia sobre el estado de salud de su mamá— ¿Qué tal tú, ¿Cristal? ¿Cuál era tu tema? —al escuchar su nombre la joven reaccionó y se aclaró la garganta.
—El astrocito y el astrocitoma —contestó con una mueca.
—Me encanta como te persigue la «A» —rio Aldana—. Lástima que te tocara con el rarito de Beltrán.
—Aldi, no le digas así —replicó la rubia—. No es raro, es callado.
—Y apático —acotó Adolfo—. A principios del año pasado los del club de baloncesto le invitaron a formar parte del equipo del colegio, como es alto el entrenador le vio potencial, pero se negó groseramente.
—No sé si sea apatía lo suyo —replicó Andrés, Cristal alzó una ceja con interés.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, Andrés se encogió de hombros y negó lentamente.
—Creo que hay algo que le impide acercarse a las personas. No habla con nadie, porque cuando lo hace se comporta torpemente. Como cuando te defendió, Cris —recordó y Cristal asintió dándole la razón—. Quiso ayudarte, porque se preocupó por ti, pero terminó provocando un alboroto.
—Bah, tonterías —se burló Aldana con total descaro—. Es raro solamente y la obra de caridad de algún padrino rico que le paga el colegio.
Tanto Aldana como Adolfo rieron a coro, Andrés negó con la cabeza un tanto molesto por la actitud de sus amigos y Cristal apretó los puños.
¿Desde cuándo Aldana se burlaba de Beltrán con tanta crueldad? No dijo nada para no causar conflicto. Sin embargo, no estaba de acuerdo con lo que habían dicho.
Lo peor vino cuando percibió como un joven alto y de aspecto sombrío se alejaba rápidamente del grupo. Era Beltrán y quién sabe cuánto había alcanzado a oír, lo que sí era seguro era que las palabras de Aldana las había escuchado dado su rápido escape.
—Oh, no —susurró echándose a correr para alcanzarle ante la mirada atónita de sus amigos.
☆☆☆
«La obra de caridad de algún padrino rico»
Esa frase se repetía en su cabeza una y otra vez.
Beltrán sintió rabia e indignación por haber sido denigrado de tal manera por un grupito de hijos de papi.
Él no era la obra de caridad de nadie. Él era el hijo de un desgraciado que creía que pagándole el colegio expiaba sus culpas.
Odiaba ese colegio. Odiaba a su padre.
Les odiaba a todos.
—¡Beltrán! ¡Beltrán, espera por favor! —esa voz era la de Cristal, la reconocería entre miles de voces. No se detuvo. No le apetecía que se siguiese riendo a su costa—. Beltrán, escúchame. Lo siento tanto. Por favor, déjame que te explique...
—¿Explicar qué? —preguntó dándose la vuelta. Algunos grupos de estudiantes, que se encontraban disfrutando del receso, les observaron con interés. Cristal hizo un mohín.
—Lo que escuchaste, sé que sonó horrible, pero no quisimos lastimarte.
—Claro, no esperaban que escuchara —espetó con derrota—. Da igual que se burlen de mí o de cualquiera mientras quede entre ustedes ¿es eso?
—¡Claro que no! —se escandalizó la joven. Beltrán no pudo apartar la mirada de sus ojos azules como el cielo que irradiaban vehemencia—. No sé porque Aldana dijo eso de ti, pero no lo decía en serio. Te prometo que no somos así.
—¿Y tienes que disculparte en su nombre? ¿Ella no puede disculparse por sí misma? —Cristal no tuvo palabras para justificarla, Beltrán tenía razón.
—Lo lamento mucho...
—Mira, si lo que te preocupa es el proyecto, justo de eso te quería hablar cuando les escuché riéndose de mí —puntualizó para vergüenza de la chica—. Te mandaré mi parte por correo electrónico, así no tendremos que reunirnos.
—Pero, Beltrán...
—No te molestaré, ni te pediré que quedemos para trabajar. Cada uno hace su parte y luego los unimos. Eso era todo lo que quería decirte —dijo mirando al piso —y olvida lo de hoy. Da igual.
Cristal le vio marchar, se llevó una mano a la frente y odió la lengua larga de Aldana.
ESTÁS LEYENDO
El día que me quieras
Romansa¿Cómo añorar lo que nunca se ha tenido? Si él nunca ha conocido el amor ¿por qué de pronto tiene ojos solo para ella? Cristal siempre ha tenido todo lo que ha deseado. Su vida transcurre sin sobresaltos entre el colegio, sus amigos y su amorosa fam...