Capítulo 18

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Como si él tiempo se hubiera detenido, Cristal se aferró a vivir cada momento junto a su madre sin importarle nada más.

Permanecía todo el tiempo en el hospital y se turnaba con sus hermanos para acompañarla. Su padre era el único que no abandonaba la habitación salvo para asearse.

En ese momento estaba solas con Amanda. La observaba y admiraba que aún enferma seguía siendo una belleza.

Cuando era pequeña, Cristal llegó a contemplar la idea de ser modelo como ella, pero no había heredado su altura y había desistido rápido. Sin embargo, para su madre había sido un anhelo real y no había podido cumplir su objetivo. Sus ojos se llenaron de lágrimas al recordar el frustrado sueño de su mamá.

—No llores, mi amor —la voz cansada de su madre penetró sus oídos.

—Mami, estás despierta —se recompuso rápidamente.

—Solo hace unos minutos ¿tu papá salió?

—Lo convencimos de salir a comer. Quería pedir algo y quedarse, pero Laura se lo llevó a rastras —Amanda sonrió con ternura.

—Siempre ha tenido una debilidad por sus chicas —Cristal no estaba del todo de acuerdo, Laura era la consentida de su padre por sobre ella—. Tal vez nunca te diste cuenta de la forma en que las defendía y castigaba con severidad a tus hermanos cuando les hacían travesuras.

—Es cierto, sobre todo con Simón —aceptó, divertida.

—Laura y Simón peleaban mucho —recordó con fastidio fingido—, pero tú siempre fuiste diferente, mi amor. Jamás nos diste un problema.

Cristal negó con la cabeza. Era la hija pequeña y lo fue por siete años hasta la llegada de los mellizos.

—Supongo que viendo lo fatal que se llevaban ellos, una parte de mí quiso ser diferente.

—Y por lo mismo eras mi pequeña mujercita. Mi Cristal, mi calma en la tormenta —declaró conmovida—. Ustedes son todo para mí. No puedo resignarme a dejarlos —Cristal comenzó a llorar otra vez, pero su madre conservó la entereza. Ella mantenía una expresión serena, dulce y tranquila—. Sin embargo, estoy en paz, Cris, quiero que sepas eso.

—Mamá —gimió ella, sintió una opresión en su pecho. Una angustia que jamás había experimentado. Visceral y dolorosa—. No estoy preparada para decirte adiós.

—Tu padre utilizó las mismas palabras —con una mirada sabia tomó sus manos para calmarla. La calidez de su tacto la reconfortó, no podía concebir el resto de su vida sin ella, sin ese toque cargado de amor. No podía—. Le va a costar mucho reponerse de mi partida.

—Papá te ama.

—Y yo también —declaró suavemente— ¿cómo podría no amarlo? Me dio cinco hijos maravillosos y me demuestra su amor todos los días. Mi vida a su lado ha sido plena. Cuando lo conocí jamás hubiera imaginado todo lo feliz que me haría casarme con él.

—¿Se lo has dicho?

—Cada mañana al despertar y cada noche antes de dormir desde que me di cuenta de lo afortunada que era —confesó entendiendo que su mesura con las demostraciones de afecto públicas podía fácilmente ser confundida con indiferencia por sus hijos—. Si hubiera sabido que viviría tan poco no hubiera sido tan mezquina con mis exposiciones de amor.

—Mamá, no hables así —porfió la joven. Su madre comprendió que se negara a la realidad, pero no podía adornar su inminente final.

—Es cierto, mi amor, me voy a morir y tu papá va a quedar solo —con la voz rota, por primera vez desde que habían iniciado su sincera conversación, expresó lo que no había dejado de pensar desde hacía algún tiempo—, será muy duro para él. Por favor, Cristal, eres la más racional de tus hermanos, por ello me atrevo a pedirte que... —lágrimas amargas corrieron por sus mejillas y tuvo que tomar aire—, Cris, tu papá sufrirá mucho, pero si llega el momento en el que se enamore de nuevo —Cristal fue testigo de lo que le costaba a su madre vocalizar aquella idea—, no lo sientas como una traición hacia mí. Lo amé y fui profundamente amada por él —espetó mirándole a los ojos—. Hablaré con todos tus hermanos sobre este tema, pero dudo que ellos tengan la capacidad de aceptación que tú tienes.

—No creo que papá pueda superarte alguna vez —dijo Cristal acariciando sus manos, siempre suaves y elegantes—. Nadie podrá llegar a su corazón como tú.

—Oh, eso lo tengo claro —rio la madre con altanería—. Soy el amor de su vida, el que siempre recordará y con la que se va a reunir el día que le toque partir de este mundo —a Cristal le provocó una risilla, así era su madre. Segura de sí, ante todo—. Pero eso no implica que no pueda compartirlo un tiempo —agregó volviendo a la seriedad—. Es la primera petición que te haré.

—Puedes pedirme lo que quieras, mamá.

—Esta es más fácil —afirmó y soltó sus manos para enmarcarle la cara. Posó sus dedos en sus mejillas y le miró directamente—. No cometas mi error, Cristal, cuando ames no dudes en expresarlo. Ama intensamente. Sé feliz, mi princesita dorada, mamá siempre estará cuidándote.

☆☆☆

Matías estacionó el auto y se giró para ver a su hermano.

—Trata de no ser muy invasivo —el joven de cabello oscuro le fulminó con la mirada—. No me mires así, entiendo que te gusta Cristal, pero esta situación es bastante delicada. No tienes que presionarla demasiado.

—Solo quiero verla.

—Y yo solo te digo que seas cauteloso, enano.

Beltrán resopló y ambos descendieron del vehículo. Fueron juntos hasta la cafetería del hospital donde, según Simón estaba Cristal, bastante triste después de pasar un tiempo a solas con su madre. Laura y su padre acompañaban a Amanda, que había vuelto a dormirse.

La encontraron sola con la vista perdida y un café a medio tomar.

Matías le dio un empujoncito a su hermano.

—Voy por un café para mí —comunicó y se enfiló en dirección opuesta.

Beltrán contempló a Cristal un momento antes de ir en su dirección. De pronto su seguridad flaqueó ¿y si ella no quería verlo?

Aquel instante de duda desapareció cuando ella miró hacia él y sonrió. No era una sonrisa plena como la que le había dedicado tantas veces. Esta vez no llegaba a sus ojos, los cuales estaban brillantes de lágrimas no derramadas.

—Beltrán —se puso de pie y corrió hacia él, abrió sus brazos y le abrazó con fuerza. El aroma de su pelo invadió cada receptor sensitivo suyo y le erizó la piel de la nuca.

No era correcto porque el abrazo de Cristal estaba lejos de ser romántico, ella buscaba consuelo y él solo debería pensar en apoyarla.

¿Cómo podía afectarle así? Estaba absolutamente fuera de lugar.

—Lo siento mucho —articuló posando sus manos en su cintura. Ella se aferró a él como si fuese una tabla y ella un náufrago en medio del océano.

—Me siento tan perdida y sola. Gracias por estar aquí, te necesitaba.

Ahí, en medio de la gente que frecuentaba la cafetería a esa hora y con su hermano a pocos metros, Beltrán pensó que gustoso cambiaría su vida por la felicidad de Cristal.

¿Por qué ella tenía que perder a su madre, a la que tanto amaba? Amanda había sido una madre excepcional y tendría que dejar a sus queridos hijos. Mientras que su propia madre lo había vendido por despecho y unas cuantas monedas solo para regocijarse internamente por hacerle daño al hombre que la había abandonado.

No era justo.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora