Capítulo 35

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Beltrán estaba decidido a enmendar todos sus errores y tenía una lista de personas con las que debía que disculparse.

Cristal era la primera y había dado pasos en su dirección y, aunque ella se mostraba reacia, confiaba que las cosas mejorarían. No solo en virtud de sus sentimientos actuales, sino por la amistad que los había unido en el pasado. Le daría tiempo.

En contraste, sus amigos habían aceptado sus explicaciones y parecían haberlo perdonado o al menos estarlo intentando.

La siguiente era tía Constanza, había actuado ingratamente con ella y dudaba que quisiera escucharlo. Sin embargo, no perdía nada con intentarlo.

Recordaba el camino hacia el hotel y llegó allí recorriendo las calles que tantas veces había transitado. Al entrar lo recibió la misma sensación de seguridad de cuando era un niño asustado y nervioso que no tenía dónde ir.

Se sintió culpable. La verdad era que él había tenido mucha suerte porque había conocido a personas maravillosas que le habían dado apoyo cuando más lo necesitaba.

La joven que estaba en el área de recepción le saludó alegremente, no la reconoció por lo que asumió era una nueva incorporación al staff del hotel.

—Buen día ¿Puedo ayudarle? —preguntó diligente.

—Busco a la señora Constanza —espetó, respetuoso—. Soy un viejo conocido de ella.

La joven iba a pedirle su nombre cuando apareció la dueña y administradora. Ella, elegante y distinguida, se sorprendió al verlo, pero no perdió la compostura.

—Beltrán —saludó. No había tensión en el ambiente y aquello relajó al foráneo—. Muchos años sin verte.

—Así es.

—Acompáñame a mi oficina —indicó y él la siguió por el pasillo. Una vez allí admiró una fotografía enorme de la madre de Cristal. No se podía negar lo bella que había sido y lo mucho que su hija se le parecía. Resultó muy obvia su fascinación con el retrato cuando ella habló—: Hay días en que olvido que se ha ido para siempre.

—Es una pérdida muy dolorosa.

—El dolor más grande de mi vida —confesó con melancolía—. Ahora dime ¿qué te trae por acá? —inquirió invitándole a sentarse.

—Le debo una disculpa —dijo humildemente, ella negó con energía.

—No es conmigo con quien deberías disculparte.

—Se equivoca. Que Cristal sea la primera, no implica que sea la única —Beltrán agachó la cabeza, abochornado—. Fui muy malagradecido con usted. Me abrió las puertas de su casa y se hizo cargo de mí. Le debo mucho.

La mujer tenía ante sí al mismo Beltrán de dieciocho años que había conocido y a la vez no lo era.

Mostraba una faceta tímida, pero diferente a la de antes. Estaba avergonzado, pero no muerto de miedo.

—Entonces acepto tus disculpas porque sí me dolió lo que hiciste y me las merezco —dijo, pero su expresión contrastó con sus palabras—. No por mí, sino por mi sobrina —aclaró, nunca había vuelto a ver a Cristal tan rota como en aquellos años— ¿Me contarás qué fue lo que pasó entonces? Tu extraña partida tuvo que con tu mamá ¿no?

Beltrán dio un asentimiento confirmando ambas cosas. Si había alguien en quien confiaría su secreto, era ella.

Relató a grandes rasgos su experiencia traumática. Fue suave en los detalles más escabrosos, pero aun así la mujer no pudo evitar estremecerse e incluso llorar cuando Beltrán recordó lo que había pasado.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora