Beltrán salió corriendo del caos que se había desatado en su casa después de que su madre revelara el secreto que por tantos años le había ocultado a su amante. Había llorado y suplicado que la perdonara, pero no parecía arrepentirse de verdad, solo asustada de perder al objeto de su chantaje y, con él, a su benefactor.
Su padre, asqueado, había salido detrás de él para alcanzarle, pero Beltrán era más ágil y conocía la zona al dedillo por lo que le perdió fácilmente.
No quería verlos otra vez. No quería que le miraran con repulsión y vergüenza después de lo acontecido.
Todo aquello que había reprimido por tanto tiempo brotó y gritó como nunca culpando a su madre por haberle obligado a callar. Vio como el rostro de su padre se desfiguraba y sus ojos se llenaban de lágrimas.
Hubo un tiempo en el cual hubiera valorado un gesto como ese.
Sin embargo, ya no.
Se echó a llorar abrazando sus rodillas, bajo un puente cuando dio por terminada su loca carrera, volviendo a ser ese niño de ocho años triste y roto que nunca había dejado atrás del todo.
Abrazó su pena porque llorar le liberaba. Su madre le decía que nunca debía llorar en público, pero en ese momento entendió que no lo decía por el pensamiento machista que acompañaba esa consigna, sino por la culpa que ella sentía.
Se sentía culpable porque era la culpable.
Se mordió los labios para reprimir la rabia que lo invadió en su contra.
No llevaba su celular consigo y de pronto pensó en Cristal y en la promesa que habían hecho de hablar antes de dormir.
Qué estúpido era.
Cristal era clara sobre el tipo de relación que quería establecer con él. Le veía como un amigo, le confiaba sus secretos y buscaba consuelo cuando lo necesitaba. No era justo que él no fuera igualmente honesto con ella.
Decía que jamás podría lastimarla y no era verdad.
La iba a lastimar cuando él quisiera más.
Beltrán estaba enamorado de ella, lo había estado siempre ¿cómo no estarlo? No solo era la chica más hermosa que había conocido, sino que la única que se había acercado a él. A Beltrán, el niño raro del salón.
Cristal era pura y sincera y él estaba loco por ella. Con la fiereza del primer amor y la chica ni siquiera se deba cuenta de lo que le provocaba con sus acciones.
Ella era así con todos y él nunca había tenido una amiga como para comparar.
Dios, era tan estúpido. Cristal jamás lo vería de otra manera por lo que tenía que ponerle fin a esa amistad tan ambigua que estaban entablando. No más abrazos ni caricias porque el único que saldría lastimado sería él.
Lo peor del asunto es que una parte de sí mismo se rebelaba a la idea de perder el único lazo de amor sincero que había conocido.
Sin embargo, era lo correcto, él no la merecía. Ella necesitaba un chico libre y completo, no a alguien roto.
☆☆☆
Matías no podía creer lo que estaba pasando en su familia. Su madre gritaba y lanzaba al suelo la cara vajilla heredada de su bisabuela paterna con rabia, mientras su padre permanecía quieto aceptando dócilmente la ira de su esposa.
—¿Cómo pudiste hacerme esto? —preguntaba la mujer con voz desgarrada—. Siempre te traté como a un rey. Te adoré y acompañé en cada paso e incluso cuando no estuve de acuerdo en tus decisiones, te apoyé.
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El día que me quieras
Romance¿Cómo añorar lo que nunca se ha tenido? Si él nunca ha conocido el amor ¿por qué de pronto tiene ojos solo para ella? Cristal siempre ha tenido todo lo que ha deseado. Su vida transcurre sin sobresaltos entre el colegio, sus amigos y su amorosa fam...