Capítulo 41

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Después de dejar a Beltrán, Cristal se dirigió a su casa, víctima de pensamientos destructivos y sentimiento de culpa. Amaba a Beltrán y había sido ilusa al pensar que usando a Pablo como escudo podría mentirse a sí misma.

La vida le había demostrado, una vez más, lo vulnerable que era como para continuar siendo soberbia.

En adelante solo quedaba obedecer a su corazón y luchar por su felicidad. Le entristecía que para ello tuviera de hacerle daño a un buen hombre, pero no era justo que por cobarde le impidiera encontrar un amor como el que él merecía.

Al llegar a su casa su hermana Laura salió a recibirla con un abrazo extrañamente efusivo.

—Creo que el anuncio de Simón es algo grande —le susurró al oído—. No ha querido soltar una palabra desde que llegó mientras tú no estuvieras. Además, vino con una chica.

—¿Qué? —soltó impactada. Ella no sabía que Simón estaba saliendo con alguien— ¿Quién es?

—No tengo idea, dijo que se llamaba Vania, pero nada más.

Cristal no daba más de curiosidad y casi corrió en dirección a la terraza donde estaban todos sus hermanos, su padre y una hermosa morena.

—Al fin llegas, Cris —dijo Nicolás con la cara iluminada. De sobra sabía que no se alegraba de verla, sino del alivio que implicaba no tener que seguir esperando para saciar su curiosidad.

—Lo siento, vi el mensaje algo tarde.

—Lo importante es que, con tu llegada, tu hermano por fin nos dirá cuál es el misterioso motivo por el cual fuimos convocados —su padre tenía una sonrisa en la cara. Se veía relajado y expectante. Quizás, pensó Cristal, intuía el motivo de la reunión que su primogénito había organizado.

Todas las miradas se dirigieron a Simón y la joven a su lado, quien se puso de pie para saludar a la recién llegada.

—Hola, soy Vania. He oído mucho de ti, Cristal —espetó con una voz muy suave.

La rubia correspondió a su saludo y se topó con la cara de su hermana quien parecía preguntarle con la mirada si le sonaba de algo la acompañante de Simón. Cristal negó casi imperceptiblemente.

—Es un placer conocerte, Vania.

—Bueno, bueno. Terminen el misterio de una vez —se quejó el mayor de los mellizos. Su hermano menor le dio un codazo—. Yo necesito respuestas.

Simón les pidió a todos que se sentaran y solo él permaneció de pie. Tampoco quería dilatar más el asunto.

—En vista que hay algunos que no son capaces de guardar la compostura, les diré la razón de esta reunión —comenzó dirigiéndose a todos, pero mirando a su padre en particular—. Vania y yo vamos a tener un bebé.

La cara de los presentes mutó de la sorpresa a la alegría. El primero en reaccionar fue Alberto, quien, con lágrimas en los ojos, se puso de pie y abrazó a su hijo mayor.

—Te felicito, hijo. No sabes lo feliz que me haces —dijo emocionado—. Voy a ser abuelo.

Las mujeres de la familia se dirigieron a la joven embarazada y le abrazaron igualmente contentas. Los mellizos felicitaron a su hermano mayor y luego a Vania, fascinados con la perspectiva de ser tíos jóvenes.

La mirada de Simón, si bien transmitía felicidad, también dejaba entrever algo de recelo. Su padre, que lo conocía bien, se dio cuenta que había algo más. Sin embargo, no dijo nada.

El almuerzo transcurrió entre preguntas sobre el embarazo, que apenas llevaba ocho semanas, y planes de futuro.

—Estoy tratando de convencer a Vania de vivir conmigo —comunicó Simón para zozobra de la joven—. Además, quiero comenzar a adaptar el departamento para la llegada del bebé.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora