Capítulo 61

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El día del juicio de Alicia, Matías había esperado ansioso que le notificaran la sentencia. Finalmente había obedecido a su madre y había retornado a la capital, pero, aunque su plan era darse tiempo para sí mismo, la verdad era que seguía pendiente de su hermano.

—Si ibas a estar tan distraído, me hubieses dicho y nos hubiésemos reunido otro día —comentó su cita. La indignación de la linda pelirroja frente a él le arrancó una sonrisa ladina.

—¿Con todo lo que me costó convencerte?

—Accedí solo para escuchar tu versión de la historia con mi prima Julia —permanecía recta en su asiento con un café y un budín frente a ella. Cualquiera que los viera pensaría que era ella la agraviada por su postura defensiva.

—No es mucho lo que te puedo decir al respecto, honestamente no recuerdo a tu prima —declaró con toda sinceridad. Podría mentir para quedar bien ante ella, pero no ganaría nada.

—No lo estás arreglando.

—No pretendo arreglarlo —dijo y miró hacia la ventana—. Fui un canalla con todas las chicas con las que estuve. Me protegía de esa manera y no me di cuenta de que les hacía daño. Tu prima Julia fue una de tantas.

Daniela no esperaba que fuese tan abierto. Su prima le había dicho que Matías era un hombre narcisista que solo usaba a las mujeres y las descartaba. No obstante, no lo parecía. Frente a ella estaba otra versión de la misma persona.

Desde que habían llegado lo había notado nervioso y miraba constantemente su celular, lo cual le había molestado, pero su actitud no era displicente con ella. Entendió que no era un buen momento y que estaba preocupado por otra cosa.

—Ella sufrió por ti. Eras una espacie de amor platónico —le confidenció—. Estuvo meses idealizándote para que cuando tuvo la oportunidad de conocerte le rompieras el corazón.

Matías suspiró con pesar. No había sido su intención ilusionar a una pobre chica así.

—Nunca hay que idealizar a las personas. Yo lo aprendí con mi padre y me llevé una enorme decepción, desde entonces ya no lo hago más —su comentario la desconcertó. No iba a indagar en el tema porque no se conocían y no era el motivo de su reunión. No iba a darle pie a que le hablara de su vida.

—Entonces debo asumir que se ilusionó sola y que tú no tuviste nada que ver.

—No —se apresuró a corregir—, tengo responsabilidad en lo que pasó, pero no le hice promesas. No le mentí —Matías buscó sus ojos. Castaños y enormes le daban a su cara un aire infantil que, sumado a las pecas que adornaban sus mejilla y nariz, le quitaban varios años. Quiso compararla con su prima y no encontró semejanzas—. Esa versión de mí era egoísta y nefasta. Lo reconozco —su celular vibró y con premura lo tomó. Tenía un mensaje de su padre y se disculpó para leerlo. Se le dibujó una enorme sonrisa en la cara a medida que leía—. Dame un segundo, tengo que hacer una llamada urgente.

Daniela no alcanzó a decir nada cuando él ya estaba camino a la terraza de la cafetería para hablar tranquilamente.

Las noticias no podían ser mejores, habían aplicado el máximo rigor de la ley con Alicia. Estaría cumpliendo pena efectiva por siete años por el ataque a Cristal y por el desacato a la orden de alejamiento de Beltrán. Los abogados de los Brunetti habían sido implacables y la defensoría pública no había tenido argumentos para defenderla.

Su hermano había declarado en calidad de víctima y su relato, apoyado de los antecedentes que ya había del caso, habían sido el último clavo en el ataúd de Alicia. Su padre estaba aliviado y le recalcaba que Beltrán estaba conforme con la sentencia.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora