Capítulo 20

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—No entiendo absolutamente nada —se quejaba Matías— ¿Rechazaste a Cristal cuando es obvio que te gusta?

—Es lo mejor, está pasando por un momento muy difícil y está vulnerable —respondió Beltrán, aunque aparentaba estar tranquilo, Matías supo que no lo estaba. Creía haber llegado a conocer bien a su hermano menor como para asegurar que estaba sufriendo por su decisión.

—Rechazarla en este momento es aún más cruel. Su madre está luchando por su vida y ella abrió su corazón contigo.

—Y con mayor razón, está confundida —zanjó para frustración de Matías.

—Estás infravalorando sus sentimientos y hacerlo es una bajeza de tu parte —en su rol de hermano mayor tenía que hacerle ver que su reacción había sido incorrecta.

Beltrán había regresado solo a la cafetería del hospital, Matías en ese momento estaba con Simón, quien supo instintivamente que algo había pasado con Cristal por la expresión de desolación en el rostro del joven.

No le extrañaría que le llamara para ajustar cuentas más tarde.

Su hermano le había pedido que se fueran y en ese momento ambos estaban en el auto camino al hotel.

—¿Y qué querías que hiciera? —preguntó con dureza—. No estoy preparado para mantener una relación y tal vez nunca lo esté. Estoy dañado —Matías presionó el volante con rabia.

Señalizó para avisar a otros conductores que se detendría y buscó un descanso en la carretera. Frenó y apoyó las manos en sus piernas.

—Beltrán, no seas tan duro contigo mismo.

¿Duro? Tal interpelación le pareció casi burlesca dado el contexto. No era duro, era la realidad.

—¿Acaso es mentira? —preguntó a gritos. Con los ojos brillantes de lágrimas no derramadas, el joven se giró hacia su hermano—. Me violaron a los ocho años, Matías, un tipo que le ofreció a mi mamá dinero por tenerme un día completo a su merced, me violó —era primera vez que vocalizaba lo que le había pasado y a Matías se le subió la bilis por la garganta. Estaba tan asqueado que creyó que vomitaría, una parte de él no quería oírlo, pero era su hermano menor y el solo hecho de imaginar lo que vivió le inundaba de culpa. No lo detuvo y dejó que siguiera—. No sabes cómo fue. No tienes idea de lo que sentí. Estoy enamorado de Cristal, pero nunca estaría con ella. Ni con nadie. Temo no saber cómo tratar a una mujer.

Matías abrió los ojos y ahogó un gemido ¿así pensaba Beltrán de sí mismo? La impotencia se adueñó de él y quemaba su pecho.

—Eso no es cierto —articuló con dificultad—. Te he visto con ella, la quieres y la tratas con mucha ternura.

—Porque hasta hoy no había otra intención entre los dos, pero... —Beltrán se puso rígido y con vergüenza dejó salir lo que le torturaba— ¿Qué haré cuando llegue el momento en que ella quiera más? —preguntó, roto— ¿O cuando yo lo desee? No dejo de ser un hombre, hermano. O no, tal vez no lo sea en realidad —los recuerdos de aquel horrible día y las palabras de ese asqueroso hombre se reproducían una y otra vez en su cabeza a medida que hablaba.

Tembloroso, Matías abrió la puerta del auto, descendió de él, dio un rodeó y llegó hasta le asiento del copiloto. Sin ceremonias tiró de la manilla de la puerta y agarró a Beltrán del brazo. El joven se dejó llevar sin oponer resistencia.

—Escúchame —exigió a voz de grito—. Nunca dudes de quién eres —Beltrán hizo un mohín, las lágrimas, que ya le resultaba imposible contener, caían libremente por sus mejillas—. Lo que pasó no te define. No lo hizo en el pasado, no lo hace ahora —reafirmó—. Nunca lo hará.

—¿Por qué? —le preguntó entre sollozos— ¿por qué yo?

Matías lo atrajo a sus brazos y le apretó contra su pecho.

—No lo sé, hermano.

—Me trató como si yo no sintiera nada. Como si no importara.

La impotencia embargaba a Matías. Beltrán necesitaba ayuda y él lucharía por brindársela. No sabía cómo, pero no descansaría hasta que su hermano sanara su alma rota.

—Era una persona enferma.

—Recuerdo el regreso a casa —continuó el joven sin dejar de llorar—. Me empujaba porque no podía caminar, era como un muñeco sin voluntad —rememoró. La fragilidad de su cuerpo en aquel entonces, su desconcierto y su vergüenza—. Mi mamá al verme magullado solo hizo una mueca ¿Sabes lo que dijo? —Matías permaneció en silencio—. Que era por mi bien. Que así aprendería a no ser como mi papá y que era culpa de él por abandonarme.

—Beltrán...

—Y que ahora sabía lo difícil que era ganarse el dinero. Sonó lógico entonces... ya no.

En ese momento, Matías se sintió desesperado. La amante de su padre estaba loca y, peor aún, era una criminal. Lo que le había hecho a su hijo no tenía perdón.

Y ese hombre era un depredador de niños. Temía preguntar, pero tenía que hacerlo.

—¿Lo volviste a ver alguna vez? —inquirió temeroso, no podía nombrarlo siquiera, pero él le entendió.

—No, lo apresaron porque atacó a otro niño cuyos padres no descansaron hasta que pagara por lo que hizo. Los presos lo mataron dentro de la cárcel —en el código carcelario, los pedófilos eran la peor escoria, los reclusos muchas veces cobraban venganza por las inocentes víctimas que no habían podido defenderse. Él había sido uno de esos—. No me alegré cuando supe. Soy un idiota.

—Está bien, Beltrán. No hay nada malo en ti, eres una buena persona, eso es todo.

—Mi mamá sintió culpa después —prosiguió su relato—. Cuando nuestro padre retomó contacto, cayó en cuenta que si yo hablaba podía perderle definitivamente y me obligó a callar. Me dijo que no podía contarle a nadie lo que había pasado.

Su carga era tan pesada que descargó años de silencio en su hermano mayor. Lloró y gritó hasta quedarse sin voz en medio de la carretera. Las personas que circulaban por allí en ese momento ignoraban el dolor que atravesaba el joven hijo ilegítimo del gobernador.

Nadie sabía, salvo Matías, la historia completa, cuando se la contó a su padre, solo habló del hecho, no de cómo se había sentido él.

Revivir lo que había pasado siendo un niño no había sido tan difícil como había creído. Una vez que había comenzado a hablar no había podido detenerse. Como si él dique que contenía sus emociones se desbordara.

Cuando cayó la noche, ellos seguían ahí, pero Beltrán estaba cansado y le pidió ir al hotel, así que se fueron. Le acompañó hasta la habitación y esperó a que se durmiera para retirarse.

Una vez a solas, Matías no quiso llegar a la casa de su padre y prefirió buscar consuelo en su mamá.

Ella le abrazó y escuchó su narración con estoicismo, aunque igualmente conmovida. En silencio, la elegante dama, compadecía al hijo ilegítimo de su esposo. No podía concebir que un niño hubiera sufrido tanto.

Diana había estudiado psicología, pero nunca había ejercido. Sin embargo, no necesitaba experiencia para saber que el joven necesitaba ayuda profesional para superar el trauma que había vivido.

Con decisión se separó ligeramente de su hijo y le habló con toda la autoridad que era capaz.

—Tenemos que ayudar a tu hermano. Tu padre no está haciendo nada por él y Beltrán está pasando por todo solo. Es normal que ya no pueda lidiar con ello.

—¿Y cómo podemos hacer eso?

—Hay que convencerlo de ir a terapia. 

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora