Capítulo 45

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Tres días habían pasado desde que le había pedido ser su novia cuando Cristal recibió la llamada de la clínica, Beltrán ni siquiera había preguntado si podía acompañarla, fue con ella de todos modos. No habría logrado persuadirlo, aunque hubiera querido.

Los dos estaban de la mano frente al doctor, que les había atendido la primera vez, y prestaban atención a cada palabra que decía éste.

—En términos sencillos no hemos encontrado nada en tu cuerpo que nos haga sospechar que tengas algún tipo de cáncer —Beltrán soltó un agradecimiento entre dientes y el galeno continuó—: La elevación en tu examen de marcadores tumorales se debe a una inflamación en tu vesícula biliar.

—¿Mi vesícula? Pero yo no he sentido dolor —miró a Beltrán como disculpándose con él.

—Suele causar mucha incomodidad y algunos pacientes necesitan operarse, pero hay casos como el tuyo en el que cálculo que obstruye la salida de la bilis es muy pequeña —aclaró, Cristal no sabía cómo sentirse ¿un pequeño cálculo biliar le había tenido en vilo tantos días? —es muy probable que se deshaga solo y que jamás te hubieras dado cuenta de no ser por el examen de sangre que te hiciste —agregó encogiéndose de hombros—. Aun así, vas a tomar ácido ursodesoxicólico por un tiempo para ayudarte a deshacerlo.

Le escribió la receta y fue Beltrán quien la tomó ante la falta de reacción de Cristal.

Salieron confundidos, pero aliviados por el diagnóstico.

—Es tan... —la rubia se llevó las manos a la cara abochornada.

—¿Tan qué?

—Patético —gimió. El joven soltó una carcajada—. No te rías.

—Me río de alivio, Cris, y no es patético. Te preocupaste y es normal —le calmó tomándole las mejillas entre las manos. Ella hizo un mohín, sus labios lucían intensamente rojos por el labial que estaba usando. Tentadores para él—. Además, escuchaste al médico, hay personas que deben operarse y lo tuyo solo necesitará medicación.

—Tuve suerte ¿no? —su voz animada se apagó de súbito y desvío la mirada—, pero puede que no siempre la tenga.

—¿A qué te refieres? —preguntó Beltrán—. Oye, mírame —pidió y deslizó los dedos hasta la barbilla de su novia— ¿Qué pasa?

—¿No te das cuenta? Será así todos los años. Cada resultado ambiguo va a provocar esta tensión, cada vez que me digan que tengo que repetir algún estudio o cuando alguno salga mal, yo... —el temblor de su voz le impidió continuar.

Beltrán entendió su angustia y le atrajo hacia su cuerpo. Cristal apoyó su oreja en su pecho y escuchó el retumbar rítmico de su corazón, su respiración agitada se fue regularizando a medida que pasaban los segundos.

Detenidos en el estacionamiento y amparados por la soledad de aquel lugar en el cual nadie permanecía demasiado, se mantuvieron juntos el tiempo suficiente para que ella se tranquilizara.

Cuando se inundó de fuerza, ella se apartó.

—¿Estás mejor? —inquirió el joven.

—Sí, gracias —respondió soltando un pesado suspiro—. Gracias por todo.

—Siempre estaré a tu lado, Cris. No volveré a dejarte —le había hecho esa promesa antes y Cristal realmente creía que la cumpliría—. Incluso cuando las cosas se pongan difíciles, estaré ahí para sostenerte y cuidarte.

Su pasión era el catalizador que no sabía que necesitaba, pero sin el cual ya no se imaginaba la vida. Era prematuro, tal vez demasiado vertiginoso para cualquiera que viese desde afuera su amor. Sin embargo, Cristal no tenía dudas de su sinceridad.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora