Capítulo 33

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En cuanto pudo excusarse, Cristal se escabulló y se dirigió al baño para refrescarse un poco.

Se mojó las muñecas y el cuello para no arruinar el maquillaje que con tanto esmero se había hecho. Francamente estaba muy nerviosa.

Después de la revelación de Adolfo, la actitud de Pablo se había vuelto cautelosa. Ella le había calmado diciéndole que habían pasado años desde que había visto a Beltrán por última vez y no había nada entre ellos salvo los recuerdos de una hermosa amistad.

Brenda parecía ser la única a quien le daba igual que el antiguo amor de la novia de su hermano estuviera presente y había acaparado a Beltrán para sí.

Aquello le irritó y no se sintió capaz de continuar alrededor de ellos fingiendo que no le importaba lo que estaba pasando. Además, era pésima actriz y su desagrado era evidente.

Fugazmente se le pasó por la cabeza lo que ocurriría si los dos se hicieran pareja y la expresión que le devolvió el espejo frente a ella fue elocuente.

No quería ni pensarlo.

Revisó su celular y tenía un mensaje de Laura en el que le preguntaba cómo iban las cosas, dudó un momento antes de confesarle la tensa situación que había vivido.

Su hermana le había sugerido que se fuera, pero había declinado. No haría semejante cosa, pensarían que estaba huyendo y ella jamás huía.

Se miró al espejo por última vez antes de salir del baño, desprevenida con una nueva notificación en su celular no miró al frente y chocó con una figura tonificada.

La persona, más alta y fuerte la sostuvo con firmeza.

—Lo siento —se disculpó con elegancia, recomponiéndose e intentando liberarse, pero este no la soltó. Alzó la vista y su labio inferior tembló al reconocerlo—. Beltrán.

—¿Estás bien? —preguntó rodeándola con un brazo—. Llevabas mucho tiempo en el baño.

—Suéltame —exigió y él retrocedió con las manos en alto, aunque una sonrisa socarrona adornaba su cara. Ella se pasó las manos por su vestido, alisándolo— ¿Qué haces aquí?

—Lo mismo que tú. Escapando de los hermanos Torrealba.

—Yo no estoy escapando de Pablo —bufó ella con altanería.

—¿Entonces de quién? —preguntó Beltrán inclinándose hacia ella. Odiaba que fuese tan alto o que ella fuese tan baja, porque la hacía sentir indefensa y algo más se negaba a darle el gusto de reconocer— ¿Quizás de mí?

—¡Ja! —espetó Cristal con una carcajada falsa— ¿Tú? Nada que ver.

—He estado pensando en nuestra cita —la joven se contuvo para no corregirlo, el término se podía prestar para ambigüedades—. Lo que nos dijimos y en lo que no. No paro de pensar en eso —mirándola a los ojos, dijo—: En ti.

—Beltrán, basta —lo frenó cortante—. Ya está. No es el momento, ni el lugar —intentó rodearlo, pero él se lo impidió y, con delicadeza, aunque no por ello menos enérgico, la obligó a entrar al baño con él y cerró la puerta— ¿Qué haces? ¿Estás loco?

—No es como si nunca hubiésemos estado a solas y a puertas cerradas. Es más, estuvimos en situaciones mucho más íntimas que esta.

¿Por qué en su boca sonaba sucio y no lo inocente que había sido? Aquel no era el Beltrán que conoció. Ese hombre tenía una actitud más carnal y se descubrió fascinada con esa nueva faceta. Era extraño porque años atrás le había gustado que fuese tímido y dulce.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora