Capítulo 7

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Beltrán corrió hasta donde ella le esperaba y la encontró llorando amargamente. Cristal le abrazó con fuerza y ​​él solo pudo acunarla en silencio.

Un abrazo venía bien cuando el corazón dolía. Beltrán habría dado todo por un abrazo cuando lo necesitó y, por lo mismo, le aliviaba que ella se apoyara en alguien. Además, lo hacía en él y aquello le contentaba aún más.

—Llévame lejos —pidió ella.

—¿Adónde? —preguntó bajito, el receso había terminado, no había nadie en los pasillos, en cualquier momento algún inspector les obligaría a volver al salón.

—A cualquier lugar.

Él asintió y tomados de la mano se escabulleron del colegio sin rumbo fijo. Los castigarían severamente, eso seguro, pero a Beltrán no le importaba, solo quería que Cristal estuviese bien.

No hablaron, estaban perdidos en sus pensamientos. La joven tenía los hombros caídos y le apretaba con fuerza la mano.

—Dejé todo en el colegio —dijo ella rompiendo el silencio, con vergüenza.

—Yo también.

—Tengo dinero en mi cuenta. Vamos a un hotel —Beltrán comenzó a toser y Cristal se puso nerviosa—. No malinterpretes mi propuesta.

—Lo siento, me sorprendió —se defendió.

—Solo quiero comer algo y dormir. No he podido dormir bien últimamente y de tanto llorar me siento muy cansada.

—Si quieres te llevo a tu casa —ofreció solícito. La idea de ir a un hotel con su amor platónico no era buena. No es que no pudiese controlarse, él no era así y, además, la respetaba. Sin embargo, era situación muy íntima.

—Mi mamá está enferma y las cosas no marchan bien en casa —confidenció, Beltrán fue testigo de su tormento interno—. No quiero que me vean llorar.

Beltrán entendió y respetó su punto de vista. No obstante, tenía que usar la lógica y hacerle ver que no podrían ir a un hotel, así como así.

—Eres menor de edad, no nos van a dejar entrar a ningún hotel —él podía, pero ella no. Era mayor y ante la ley tenía cierta libertad, Cristal en cambio se metería en problemas.

—No a uno convencional —retrucó ella—. Pero conozco un lugar donde sí.

Intrigado la siguió, tomó un taxi y este los llevó a un barrio de los suburbios. Beltrán no entendía nada ¿Cómo conocía Cristal esa zona?

Durante todo el trayecto ella se apoyó en él y el chófer debió asumir que eran una pareja de noviecitos fugándose de clases. El taxi se detuvo y ambos se bajaron. Cristal pagó y se dirigieron a un hotel pequeño, pero bastante decente. Sorprendido él alzó una ceja.

—Pertenece a mi tía —informó ella. Beltrán aceptó esa explicación y se relajó.

Cuando entraron Cristal fue recibida cálidamente por la recepcionista que, sin preguntarle nada, le entregó una llave y le prometió que le haría llegar comida.

—¿Vienes seguido? —preguntó cuando estuvieron a solas en la habitación, algo celoso al imaginarla en compañía de alguien más.

—Sí —respondió ella despreocupadamente y se recostó en la gran cama.

—Ah.

Él permaneció de pie, quieto y nervioso. Cristal se sentó y se avergonzó al caer en cuenta de la extraña situación en la que los había puesto sin querer. Aunque, extrañamente, no sentía culpa.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora