Capítulo 29

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Cuando Cristal era pequeña iba todos los veranos a la playa con su familia y en uno de esos paseos, recordaba con claridad, jugaba con su pelota favorita. Se la habían regalado en navidad y tenía el dibujo de un unicornio gigante.

Ella amaba los unicornios.

De súbito, una ráfaga de viento le había arrancado la pelota de sus manos regordetas. Enojada se separó de sus padres en busca de esta, que, para entonces, había sido arrastrada por una ola.

Siguió la pelota mar adentro decidida a recuperar su preciado juguete e, imprevistamente, otra ola la golpeó y la desestabilizó, llevándola consigo. Quiso pedir ayuda, pero al abrir la boca el agua salada se introdujo en ella y se hundió en un segundo.

Los gritos de su hermano mayor alertando lo sucedido se oían lejanos en medio del caos.

Creyó que moriría, pero su padre logró sacarla y la abrazó temblando de miedo por ella. Le riñeron después de reconfortarla por la tontería que había hecho.

Fue un acto temerario que no había repetido y del cual había aprendido una valiosa lección, porque casi le cuesta la vida.

A veces era preferible perder algo preciado que exponerse a salir lastimado.

—¿Entonces qué harás? —preguntó Carla, temerosa.

La noticia del regreso de Beltrán había caído como una bomba y su reacción le había recordado el episodio en la playa. La misma sensación de ahogo y vulnerabilidad.

Se sintió indefensa.

Sin embargo, iba a aplicar lo que había aprendido de él.

—No haré nada.

—Pero él quiere verte —recordó su amiga. Cristal suspiró y se mordió el labio.

—No tengo ningún problema en hablar con él —sí lo tenía—. Somos adultos civilizados —aunque no se sentía como una en ese momento—. No tiene que significar nada especial —eso esperaba al menos.

Carla torció los labios, no le creía por más que ella se esforzaba en demostrar calma ante la noticia.

—Te conozco desde hace años, Cris, a mí no tienes que mentirme.

La rubia sencillamente se encogió de hombros.

—Estoy bien, Carla. Ya no soy la misma persona de hace cinco años. He cambiado y seguramente él también lo hizo.

En eso Carla le aceptó el punto.

—¿Me odias por no haberte contado antes que me había contactado? —preguntó con cautela. Era consciente de su error, pero esperaba que la generosidad de Cristal alcanzara para perdonarle.

—Un poco —confesó la aludida y Carla soltó un gemido—. Me hubiera gustado haber estado preparada.

—Tengo su número —tanteó esperando una negativa tajante— ¿lo quieres?

Cristal pensó un momento y accedió. No sabía en realidad por qué, pero presentía que si decía que no se iba a arrepentir.

Agregó su contacto y se prometió que no lo llamaría en algún momento para limar asperezas.

—En fin, dejemos de hablar del pasado y cambiemos de tema —agregó buscando animarse—. Pablo quiere que conozca a su familia.

—Vaya... —admiró su amiga con falsa algarabía. La relación con Pablo no le daba la sensación de ser tan seria—. Eso es lindo.

—Él es lindo —puntualizó Cristal—. Conozco a su hermana Brenda, es una chica encantadora, si sus padres se le parecen estoy segura de que tendremos una buena relación.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora