Capítulo 26

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En cinco años la vida Beltrán había evolucionado en varios aspectos.

El que primero se hacía notar era que había cambiado legalmente su nombre a Beltrán Cruz-Coke enterrando para siempre el legado de su madre. Ella había dejado de hostigarlo cuando puso una orden de restricción en su contra, lo cual había sido doloroso, pero necesario.

Con su padre mantenía comunicación esporádica por explícito pedido de Diana, a quien respetaba y quería profundamente.

En cuanto a su hermano, trabajaba en la bolsa de valores y tenía una posición económica holgada. Ya no vivían juntos, Beltrán había decidido permanecer en una residencia universitaria durante su tiempo de estudio, pero las vacaciones las pasaban junto a Diana.

Esta última le había acompañado activamente en su proceso de sanación y le instó a tomar terapia. Con respecto a esto, él tenía un agradecimiento particular.

Había ido aceptando su pasado, aunque le tomó mucho tiempo y paciencia ver resultados. Las primeras sesiones fueron duras y agotadoras, llegó a pensar en abandonarlas. Sin embargo, su constancia fue recompensada.

Aprendió que lo que había ocurrido no había sido su falta, perdonó a su padre y entendió que su madre estaba enferma. Fue liberador expresar sus sentimientos con la tranquilidad de que no buscaba culpables, sino que fortalecer su alicaída autoestima.

Posiblemente nunca llegaría a superar todo lo ocurrido. Los recuerdos lo perseguirían toda la vida y reflotarían con fuerza en momentos específicos de vulnerabilidad. Aun así, su terapeuta, el doctor Montenegro, tenía una visión muy positiva de su caso y le motivaba a perseverar en la reconstrucción de su vida.

Beltrán lo apreciaba mucho.

Como cada semana se encontraba ad-portas de una nueva sesión. Vestía informal con un pantalón deportivo y una playera de fútbol, llevaba un bolso al hombro con un cambio de ropa en su interior. Su amor por el deporte había despertado con fuerza desde su último año de secundaria y en la tarde planeaba ir al gimnasio para entrenar.

—Buen día, Beltrán, puntual como siempre —saludó la alegre recepcionista de su terapeuta.

—Buen día, doña Oriana ¿cómo va la mañana? —le preguntó de buen talante.

—Desde que el doctor Montenegro decidió no aceptar pacientes nuevos mis mañanas son más tranquilas.

Beltrán sonrió suavemente, el doctor pensaba jubilar en poco tiempo y por ello estaba disminuyendo su carga de trabajo. Tal vez en el futuro tendría que buscar un nuevo terapeuta y aquello le provocaba algo de inquietud, pero sus ganas de no decaer le ayudarían a afrontarlo.

La mujer le sugirió esperar en la sala a que el doctor se desocupara y así lo hizo. Tomó su celular y abrió un juego que lo tenía enganchado desde hacía semanas, en su barra de notificaciones había un mensaje sin abrir el cual ignoró.

Otros diez minutos tuvieron que pasar antes de que le llamaran.

El doctor se puso de pie para recibirlo y la misma sensación de confianza y calidez de siempre le inundaron.

—¿Cómo está el futuro ingeniero? —preguntó azorándole.

—Me queda un examen aún —respondió dándole la mano. El terapeuta le indicó que se sentara.

—Eres un prodigio, muchacho, todas tus calificaciones han sido sobresalientes a lo largo de los años —indicó, Beltrán le había enviado cada cierto tiempo sus calificaciones para que anexara esa información a su expediente. En su condición había servido para que evaluara su evolución y adaptación a la universidad, pero de poco había servido. Beltrán no bajaba sus notas, aunque estuviera pasando malos momentos— ¿Has pensado en lo que harás una vez que egreses?

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora