Capítulo 40

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Cristal salió de la ducha envuelta en una toalla que le cubría casi hasta las rodillas. En momentos como aquel le divertía ser tan bajita.

Muchas veces la frustraba el hecho de sentarse y no tocar el suelo con los pies o no poder afirmarse se las barras altas en el transporte público. Siempre había sido la más baja de sus compañeras y cuando en el colegio se vio en la obligación de elegir una actividad extracurricular probó con el voleibol, deporte en el que su hermana Laura había destacado, pero desistió porque no era capaz de hacer pasar la pelota por la malla.

Su madre, buscando soluciones como siempre, le había sugerido que intentara con el grupo de animadoras, al ser pequeña y delgada las acrobacias podían dársele bien. Había tenido razón, destacó sin pretenderlo y llegó a comandar al equipo en su último año.

Entonces ser bajita no había sido una ventaja, pero ¿un cuerpo pequeño como el suyo resistiría un tratamiento contra el cáncer?

Había niños que lo hacían, se dijo. Guerreros valientes que libraban una batalla que no habían buscado, sin flaquear. El amor por la vida superaba el miedo a la muerte. Su madre había luchado y, aunque había partido de este mundo, le había dejado una lección sobre la fuerza que poseía como mujer.

Amanda le había enseñado a no rendirse, aun teniendo todo en contra.

Si resultase que tenía cáncer, Cristal pelearía hasta el final. Tenía motivos para vencer y quedarse con quienes amaba. La vida le había puesto en su camino al hombre que nunca había olvidado, no tenía excusas para echarse a morir, fuese cual fuese el diagnóstico.

Se vistió con la misma ropa del día anterior. Era temprano, podía llegar a su casa y cambiarse después.

—¿Cris? —Beltrán la llamaba a través del otro lado de la puerta— ¿Estás lista? Tengo el desayuno preparado.

Sonrió abiertamente al oír su voz. Ese sonido ronco y melódico que le aceleraba el corazón sin remedio y que tanto había extrañado. Nunca había escuchado en otra persona ese tono, ni que se le pareciera siquiera.

No habían hablado del beso de la noche anterior, pero les había afectado a los dos por igual. Que un beso provocara tal revuelo interno debía significar algo ¿No?

—Dame un segundo.

Su madre le había pedido que cuando amara no dudara en expresarlo y ella amaba a Beltrán, lo había hecho incluso cuando pretendía odiarlo por haberla dejado. El amor inocente de aquel entonces había dado paso a uno diferente, pero igualmente intenso.

No obstante, debía tener cuidado. Ellos ya no eran las mismas personas. Amarlo implicaba volver a conocerlo y aceptar todo lo que él era. Por su lado estaba dispuesta a intentarlo y él había expresado abiertamente que la quería.

Al salir lo encontró afuera del baño con una expresión demasiado tierna como para ignorarla, aun así, permaneció quieta. Lo miró y lo vio pasar la legua por sus labios en un acto inconsciente de nerviosismo.

Le maravilló el poder que poseía para alterarlo.

Beltrán tenía el pelo revuelto y la ropa arrugada, su aspecto de recién levantado le daba un aire travieso. Guapo, juvenil y encantador.

—¿Vamos? —preguntó con timidez. Hizo un gesto con la mano y ella le siguió a la amplia cocina.

El departamento de Diana era enorme y acogedor en igual medida.

Beltrán se había esmerado en el desayuno que había armado. Había frutas, tostadas con mantequilla y mermelada, cereal, queso, jugo, leche y café.

—¿Armaste un desayuno continental? —curioseó riendo con él tomando la silla por detrás para que ella se sentara— ¿En qué momento?

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora