Epílogo

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Doce años después

—¡3, 2, 1! ¡Feliz año nuevo! —gritaron todos y comenzaron los abrazos.

Beltrán tomó a su mujer, con la que llevaba ocho años casado, de la cintura y la besó en la boca ruidosamente.

—Primer beso de este año —jugueteó.

Cristal agitó la cabeza negando y se separó de él para abrazar al resto de la familia que, como cada año, se reunía en el hotel de tía Constanza.

Beltrán buscó a su madrastra y ésta estaba abrazando al más pequeño de sus nietos.

Su hijo menor.

Javier tenía cuatro años y era la adoración de su abuela, tal vez por ser el único varoncito de la familia.

—Papi —le llamó una voz dulce, muy parecida a la de Cristal cuando niña. Beltrán se inclinó y tomó en brazos a quien demandaba por él—. Feliz año nuevo.

—Feliz año nuevo, muñequita —aspiró su aroma a colonia infantil y se derritió por ella. La pequeña Diana, llevaba el nombre de la única abuela que conocía y tenía seis años.

Diana había llorado cuando había sostenido a su nieta por primera vez y Cristal los había sorprendido a todos revelando que se llamaría igual que ella. Ni siquiera Beltrán se lo esperaba.

—Feliz año nuevo, cuñadito. Felicidades, mi pequeñita hermosa —les agasajó Laura con un abrazo que los envolvió a los dos.

—Para ustedes también. Será un año muy especial para ti —dijo él. Laura contaba con casi ocho meses de embarazo de su primera hija. El padre de la bebé era un empresario famoso y no eran pareja oficialmente, pero él estaba muy involucrado con el embarazo. Era su primer hijo y heredero de su legado empresarial.

Lástima que Laura solo lo viese como el padre de su hija y no como algo más. Ella no abandonaba su independencia y había decidido ser madre soltera porque, en sus palabras, era su última oportunidad.

—Me siento algo ansiosa —confesó tocando su hinchado vientre—. Augusto me llama cada media hora desde hace una semana como si la bebé fuese a nacer en cualquier momento y aún me faltan algunos días para salir de cuentas.

Beltrán entendía al pobre hombre, él había pasado por lo mismo dos veces. El miedo y la emoción estaban a flor de piel. Cristal había sido paciente con su histeria y el hecho de vivir juntos había ayudado mucho. Augusto no tenía esa ventaja, dependía de su celular para mantenerse al corriente.

La interrupción de los mellizos demandando a Diana para abrazarla le dejó a merced de su suegro y tía Constanza quienes aprovecharon de saludarlo. Algunas cosas habían cambiado en ese tiempo, Alberto había comenzado a salir con una viuda muy simpática y, aunque hablar de amor era demasiado, se acompañaban y sus hijos estaban de acuerdo con que su padre se diera la oportunidad de rehacer su vida.

Tía Constanza continuaba a cargo del hotel, pero cada vez aceptaba más ayuda. Él estaría eternamente agradecido con ella y la visitaba siempre que podía.

Se excusó con ellos para buscar a su madrastra y abrazarla.

—Querido mío —salió a su encuentro—. Otro año nuevo juntos —Beltrán la apretó contra sí con afecto.

—Que sean muchos más —deseó de corazón.

—¿Y mi nieta? —preguntó con Javier estirando los brazos hacia su padre.

—Con sus tíos —Beltrán miró de reojo a su hija siendo alzada por Simón en ese momento. Tomó a Javier y le besó la mejilla regordeta. Su hijo menor era una copia de su mujer, rubio y de enormes ojos azules.

El día que me quierasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora