Fue Cristal la primera en llegar a la cita en su cafetería favorita. No quería que la pillara desprevenida el encuentro con Beltrán y se había preparado mentalmente para el momento.
Sería cortés con él. Tanto que su madre, que confiaba la acompañaba en cada paso que daba, estaría orgullosa de ella. Le daría un abrazo, halagaría lo bien que se veía y lo genial que le había sentado su ciudad nueva. Fingiría que volver a verlo no le removía por dentro y le preguntaría qué había sido de su vida.
Sin resentimientos.
Esperaba sentada a que apareciera y a las nueve en punto lo vio llegar.
Y con él se esfumó su serenidad.
Lo reconoció inmediatamente y no supo cómo sentirse al respecto. Dios, habían pasado cinco años. No podía seguir afectándola así. Encima, para su desconcierto absoluto, se veía seguro de sí mismo, bien vestido y descansado, mientras que ella había dado miles de vueltas en la cama la noche anterior.
Se llevó una mano a la parte posterior del cuello para masajear su nuca y apretó los párpados repitiéndose mentalmente que debía tranquilizarse.
Forzó una sonrisa y se puso de pie.
—Beltrán —lo llamó innecesariamente, dado que él ya la había visto y se dirigía a su encuentro.
—Hola —saludó el joven.
Los ojos de Cristal, tan expresivos como recordaba, le devolvieron la mirada. Quiso no ceder ante ellos, realmente lo intentó, pero su plan se hizo añicos.
No podía moverse. Estaba totalmente congelado en su sitio. Contraria a la impresión que le había dado a Cristal, no estaba tranquilo. No había sabido qué esperar ni había planificado qué decir cuando la viera. Aunque tampoco había contado con que de su boca no saliera ninguna palabra, salvo un saludo protocolar.
La miró reconociendo sus rasgos delicados de niña en la mujer que tenía frente a él. Su belleza madura y elegancia propia de la adultez denotaban el paso del tiempo, pero sus ojos seguían conservando ese brillo dulce que lo había enamorado de joven.
—Es bueno verte —espetó ella. No hubo tentativa de abrazarse o algún gesto más íntimo, lo que visto desde afuera podía parecer un frío reencuentro.
Pero la verdad era todo lo contrario.
Había una tensión eléctrica circulando entre los dos que les impedía dejar de mirarse.
—Te ves muy bonita —dijo Beltrán automáticamente. Cristal hizo una mueca, acababa de romper el momento con ese comentario. Al menos con ello le había devuelto a la realidad.
—Gracias, tú estás muy cambiado —hubo un énfasis que el joven no pasó por alto. No había ningún halago implícito, pero sí una llamada de atención. Parecía reprocharle que hubiera cambiado durante esos cinco años— ¿Quieres tomar algo? —preguntó sentándose e invitándole a hacer lo mismo.
—Un café —aceptó sumiso y ella asintió, llamó a una mesera que pasaba por ahí y ordenó uno para ella y otro para él.
Una vez solos, Beltrán le dirigió una sonrisa tímida.
—En una hora vendrá Nico a buscarme. Quiere que le acompañe a comprar ropa —Cristal miró su reloj—. A los quince años los chicos se vuelven pretenciosos.
—¿Nico? —preguntó él—. Uno de los mellizos, ¿no?
—¡Oh! —exclamó ella fuera de pista—. Sí, el mayor de los dos.
—Es curioso, siempre que hablabas de ellos te referías a los dos como los mellizos, jamás por sus nombres.
A Cristal le resultó divertido, porque era cierto. Hasta antes de la muerte de su mamá, los mellizos parecían ser la misma persona.
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El día que me quieras
Roman d'amour¿Cómo añorar lo que nunca se ha tenido? Si él nunca ha conocido el amor ¿por qué de pronto tiene ojos solo para ella? Cristal siempre ha tenido todo lo que ha deseado. Su vida transcurre sin sobresaltos entre el colegio, sus amigos y su amorosa fam...