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Estaba tan cerca, podía sentirlo. Tenía a Scooby-Doo en mi mano, y esos otros dos tontos, Fred y Velma, estaban a punto de caer en mis garras. No había forma de que escaparan. ¡Era invencible! El poder del Daemon Ritus fluía por cada fibra de mi ser, alimentando mi nueva forma, dándome un poder inimaginable. Pude ver el miedo en sus ojos, y eso solo me hacía más fuerte.

Pero entonces, de la nada, Shaggy hizo lo inesperado. Sentí un tirón brutal en mi pecho, como si un anzuelo gigante hubiera sido clavado en mi alma. Grité. No pude evitarlo. ¡El dolor era insoportable! El maldito Daemon Ritus, el artefacto que había hecho todo esto posible, fue arrancado de mi cuerpo. ¡Era como si me estuvieran arrancando el corazón! Pude sentir cómo se desprendía, cómo se desgarraba de mi piel, que lo había abrazado como una segunda naturaleza. Un calor abrasador recorrió mi pecho, quemando, quemando por dentro mientras el poder se escurría entre mis dedos.

Luego, el verdadero tormento comenzó. Las almas, esas deliciosas almas humanas que había absorbido, comenzaron a escapar. Una a una, se liberaban de mi interior, como si mi cuerpo estuviera siendo vaciado de su esencia. Sentía como cada una me dejaba, llevándose un pedazo de mi fuerza con ellas. Mis músculos empezaron a encogerse, mi cuerpo a disminuir. Mi visión se volvía borrosa, el suelo se acercaba más y más mientras mi gigantesca forma se desmoronaba. El poder que me había hecho un dios se desvanecía, y en su lugar, quedaba yo, el pequeño, débil, insignificante cachorro.

Scooby, ese miserable, me pateó, empujándome contra el suelo. El impacto me sacudió, pero el dolor físico no se comparaba con la humillación. "¡Cállate!" gruñó Scooby. Quería matarlo.  

¡Quería destrozarlo!

Antes de que pudiera siquiera pensar en un plan, llegaron. La policía. Me rodearon como si fuera un simple criminal, no el maestro que estaba destinado a gobernar. Me arrojaron dentro de una jaula transportadora de perros, como si fuera un cachorro inofensivo. La ira crecía en mi pecho, reemplazando el dolor. Me llevaron al helicóptero, mi prisión voladora. Me retorcía dentro de esa maldita jaula, pero era inútil. Miré hacia Fred, ese idiota, que ahora tenía el Daemon Ritus en una caja de seguridad. Lo apretaba con fuerza, como si fuera su trofeo. ¡Mi trofeo!

Mientras el helicóptero despegaba, no pude contener mi rabia. "¡Me hubiera salido con la mía de no ser por ustedes, malditos entrometidos!" rugí, golpeando los barrotes de la jaula. Era una promesa, una amenaza. Porque sabía algo que ellos no sabían. Volvería a por mi artefacto. Y esta vez, no cometería el error de confiar en secuaces inútiles. Pronto, el mundo volvería a temerme. Pronto, el poder del Daemon Ritus sería mío otra vez, y esta vez... no fallaría.

VolveréWhere stories live. Discover now