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La puerta de la celda se cerró detrás de mí con un chirrido que resonó en mis oídos como un recordatorio de mi caída. Aquí estaba, en una prisión fría y oscura, sin el poder que una vez me hizo invencible. Mis secuaces, los mismos que un día me temieron y obedecieron sin cuestionar, ahora compartían la misma celda que yo. 

Pero no éramos aliados. No más.

Se agrupaban entre ellos, hablando en susurros, riendo como si yo no existiera. Los observé desde mi rincón, mi sangre hirviendo de ira contenida. Intenté unirme a su conversación, intentando recuperar el control que había perdido. "Tenemos que pensar en un plan para salir de aquí," dije, mi voz tratando de sonar firme.

El más grande de ellos me miró con desdén, su rostro lleno de burla. "¿Tú? ¿Hablar de planes? Ya vimos cómo terminó eso, cachorro." Antes de que pudiera reaccionar, me dio una patada que me envió al rincón de la celda. Sentí la ira burbujeando dentro de mí, pero no tenía fuerza para responder. No más.

"Ya no trabajamos para ti," murmuró otro, sin molestarse en mirarme. "Eres solo un perro pequeño que nos metió en este lío."

Cada palabra era una puñalada en mi orgullo. Intenté levantarme, tratar de imponerme, pero me ignoraron. Era como si hubiera dejado de existir para ellos. Yo, que había sido un dios, ahora no era más que un chiste. Estaba atrapado, rodeado por aquellos que una vez me temieron, ahora convertidos en mis verdugos.

Sus burlas eran interminables. "¿Te acuerdas de cuando *Scrappy Rex* pensó que podía dominar el mundo?" dijo uno, su voz goteando sarcasmo. "¡Qué miedo me daba!" fingió temblar, mientras los demás estallaban en carcajadas.

Otro se inclinó hacia mí, su aliento repulsivo golpeándome en la cara. "¿Y qué pasó con ese gigantesco monstruo que casi aplasta a Fred y Velma? ¿Dónde está ahora, eh?" preguntó, dándome un empujón que casi me tumbó de nuevo. "Oh, lo olvidé... ya no eres más que un cachorrito."

La humillación era insoportable, pero el odio que ardía en mi pecho lo era aún más. Ellos seguían hablando, ignorándome, planeando entre ellos como si yo no existiera. Cada vez que intentaba intervenir, me silenciaban con una patada o una risa burlona. "Cállate, cachorro," decían cada vez que intentaba alzar la voz.

Pero lo peor fue cuando encendieron la televisión. En la pantalla, los chicos de Mystery Inc. aparecieron sonriendo, celebrando su victoria. Cada uno de ellos irradiaba satisfacción, como si fueran los grandes héroes del día. Fred, Daphne, Velma, Shaggy, y ese maldito Scooby-Doo, todos riendo, disfrutando del reconocimiento que debió haber sido mío.

"¿Ves eso, Scrappy?" dijo uno de mis antiguos secuaces, señalando la pantalla. "Ellos son los héroes, y tú... tú eres solo el perdedor. Un perdedor que ni siquiera pudo mantener su forma monstruosa por un día completo."

El odio que había estado contenido dentro de mí explotó en ese momento. "¡Voy a vengarme!" grité, mi voz retumbando en la celda. Pero en lugar de intimidarlos, solo provocó más risas."¿Vengarte? ¿Con qué, Scrappy? ¿Con ladridos y mordiscos?" se burlaron, imitando un ladrido exagerado.

"Tal vez podrías ser la nueva mascota de la prisión," dijo otro, riendo mientras me miraba con desprecio.

Cerré los ojos, apretando mis pequeños puños con furia, intentando bloquear sus burlas. Pero sus palabras se clavaron en mi mente como espinas. Sabía que estaba atrapado, impotente... por ahora. Pero no importaba cuántas veces me derribaran, cuántas veces se rieran de mí, la verdad era que mi sed de venganza no se extinguiría. Los chicos de Mystery Inc. podían reírse ahora, pero no sabían lo que les esperaba.

Algún día, de alguna forma, recuperaría el Daemon Ritus. Y cuando lo hiciera, nadie, ni siquiera esos estúpidos humanos, podrían detenerme. Mi venganza sería completa, y esta vez, no habría errores. No más.

VolveréWhere stories live. Discover now