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El Daemon Ritus. Allí estaba, entre mis patas. La conexión que siempre había sentido con él ahora era más fuerte que nunca. Lo sostuve y sentí una corriente de energía recorrer mi cuerpo, desde mi pecho hasta mi pata derecha. No pude evitarlo... le di un beso al artefacto, algo en mi interior se revolvió de pura emoción.

—No sabes cuánto te extrañé, viejo amigo —le susurré, mis palabras goteaban malicia, como si cada sílaba fuese un eco de poder oscuro.

El frío de la noche, la lluvia incesante... nada de eso importaba. Estaba en la camioneta de Luis, rodeado de varias piezas valiosas del museo, trofeos insignificantes comparados con lo que realmente importaba: el Daemon Ritus. La pareja, esos pobres tontos que me habían paseado por ahí fingiendo ser mis dueños, yacían inconscientes en el museo. Alguien tenía que llevarse la culpa, y ellos fueron los peones perfectos. Todo estaba orquestado a la perfección: Luis sería visto como la mente maestra, y mientras los humanos trataban de entender lo que había pasado, yo ya estaría lejos.

La lluvia golpeaba los cristales de la camioneta, mientras la magia del Daemon Ritus seguía fluyendo en mí. Sentía cada gota caer, cada trueno resonar, pero todo eso quedaba en segundo plano. La única cosa que ocupaba mi mente era la energía... la magia pura que me rodeaba.

—Sigue conduciendo, Luis. No pares. —Le ordené sin mirar atrás, mis ojos clavados en el camino oscuro que serpenteaba hacia las afueras del bosque—. Pisa el acelerador y no sueltes el pie hasta que te diga.

Luis, como un autómata, obedecía sin pestañear. Yo sentía la energía del Daemon Ritus en cada centímetro de mi cuerpo. Podía ver cómo el paisaje se desvanecía en la noche mientras nos alejábamos más y más de la civilización, dirigiéndonos hacia el lugar donde mi verdadero plan comenzaría.

Finalmente, llegamos. Una cabaña, solitaria y olvidada, rodeada de árboles y el rugido de la tormenta. Luis detuvo la camioneta frente a la puerta, y sin perder tiempo, salí con el Daemon Ritus en mis patas. Entré en la cabaña, donde las sombras danzaban con el parpadeo de la luz tenue.

Con extremo cuidado, coloqué el Daemon Ritus en una mesa central. Alrededor de la mesa, todas las herramientas que había preparado estaban dispuestas: cortadores, martillos, destornilladores, cada uno con un propósito. Pero había algo más. Un frasco de mermelada vacío, limpio, esperando su momento.

Abrí el Daemon Ritus, y sentí la magia expandirse por la habitación. Las almas que había reabsorbido del museo, de Pete, de los tontos que cruzaron mi camino... todas comenzaron a fluir hacia el frasco. Una luz tenue llenaba el espacio mientras cada alma encontraba su lugar en aquel recipiente improvisado. Me deleitaba con cada segundo que pasaba, sabiendo que estaba construyendo algo más grande, algo poderoso.

Desde la ventana, vi cómo la pareja, los que antes me llevaban en su bolso, se movían lentamente, despertando del letargo. El terror en sus ojos era palpable. Pero no importaba, no ahora.

—Mis fieles amigos... —les dije, mientras alzaba mis herramientas—. Es hora de trabajar.

Una sonrisa torcida se dibujó en mi rostro, mientras las almas brillaban a través del frasco de mermelada. Este era solo el principio, y nada, ni nadie, podría detener lo que vendría después.

VolveréWhere stories live. Discover now