Volveré

28

Me desperté de golpe, sobresaltado por un ruido. Al principio, me sentí ridículamente tonto por haberme dejado sorprender, pero esa sensación de vergüenza fue rápidamente reemplazada por una emoción intensa. Allí estaba, frente a mí: el Daemon Ritus, reluciente y reparado tras semanas de trabajo arduo.

Lo contemplé un momento, embelesado, hasta que decidí probarlo. Troné los dedos, y el artefacto se abrió de inmediato, tal como lo había imaginado. Troné de nuevo y se cerró con la misma precisión. Una sonrisa de satisfacción se extendió por mi rostro. Esto era real. El Daemon Ritus estaba completo, y lo controlaba con total maestría.

No importaba qué parte tocara, el artefacto no mostraba ningún efecto adverso sobre mí. Esto era diferente, más poderoso y seguro. Abrí el artefacto una vez más, y el frasco de mermelada, donde las almas habían sido atrapadas, comenzó a brillar. Observé como esas almas volvían a ser absorbidas, gritando en desesperación mientras eran devueltas al Daemon Ritus.

Troné los dedos nuevamente y las almas, como obedientes marionetas, regresaron al frasco. Los gritos de auxilio resonaban en mi mente, pero no me importaba. Las almas no eran más que un medio para lograr mi objetivo. Las miré con desprecio dentro del frasco y murmuraron lastimosamente, pero sabía que no eran suficientes. "Ustedes no son suficientes", dije, casi escupiendo las palabras.

Necesitaba más. Muchas más almas para llevar a cabo mi gran plan. Me acerqué a la lista de aquellos que estuvieron cerca del Daemon Ritus, sus nombres grabados en mi memoria. Revisé los lugares, y entonces lo vi. Había un pequeño pueblo cercano, repleto de personas desprevenidas, algunas de las cuales ya habían sentido el poder del artefacto cuando estuve en mi transformación.

Una sonrisa maliciosa cruzó mi rostro mientras guardaba el frasco y me preparaba. "Es hora de trabajar", susurré, antes de salir a completar lo que había comenzado.