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Sentí una oleada de satisfacción oscura mientras me quitaba la máscara lentamente, permitiendo que mi cola emergiera y se balanceara con fuerza a mi espalda. El asombro en los rostros de Zarkos y Daphne era... exquisito. Podía ver la incredulidad en sus ojos mientras procesaban que lo que estaban viendo era real, no una broma ni un disfraz.

—¿Qué pasa? ¿No les da gusto verme? —dije, conteniendo una risa—. ¿O acaso es mi nueva forma lo que les da miedo?

Mi risa retumbó por el ring, provocando que Daphne retrocediera un paso, sus ojos llenos de asombro.

—Tú... tú no puedes estar aquí —dijo, incrédula—. Se supone que estás en la cárcel.

Dirigí la vista a mi pecho, permitiéndoles notar el Daemon Ritus que latía ahí, como un corazón oscuro y poderoso, fusionado conmigo. Daphne y Zarkos se quedaron sin palabras, contemplando ese objeto con terror. Ella murmuró, casi sin poder creerlo.

—No... no puede ser...

—Así es —sonreí, dándome el lujo de saborear el momento—. El Daemon Ritus me extrañó casi tanto como yo a él. Por eso, esta vez, me aseguré de que nadie más pudiera arrebatármelo.Dando un paso hacia ellos, mis movimientos se volvieron más agresivos, más depredadores.

—Ahora... que comience la función.

Daphne intentó golpearme, sus puños llenos de furia y desesperación, pero cada uno de sus movimientos era predecible. Con un simple movimiento esquivé sus ataques, mi cuerpo ágil y poderoso como el de una bestia desatada. Entonces, cuando Zarkos avanzó hacia mí, lo tomé por sorpresa, lanzándolo al suelo con facilidad.

—¿Recuerdas cuando eras tú quien me derribaba? —me burlé mientras él intentaba levantarse.

—Claro que sí... damisela.

Con un impulso de mis piernas, lo empujé con fuerza, haciéndolo retroceder tambaleándose.

Luego, tomé a Daphne y la derribé con un movimiento rápido, lanzándola sin esfuerzo contra Zarkos, quien apenas pudo reaccionar.

—¿Qué pasa, Daphne? No eres tan fuerte cuando enfrentas a alguien verdaderamente superior —dije, mientras ambos intentaban reincorporarse, sus miradas llenas de odio y terror.

Zarkos parecía impactado, sus ojos reflejando la impotencia de quien, al final, comprendía su error.

—¿No puedo creer que hayas elegido seguir a otros en lugar de a mí —continué, clavando mi mirada en él—. Yo podía darte tanto, Zarkos.

Zarkos levantó una mano, en un gesto de súplica.

—Siempre te serví... no tienes que hacer esto...

Me reí con desprecio.

—Claro que sí, Zarkos.

Giré con mi cola, un movimiento feroz que los derribó a ambos una vez más, dejándolos vulnerables. Una sonrisa oscura se extendió por mi rostro.

—Ah, cómo me hubiera gustado tener esta maravilla cuando me transformé la primera vez...

Mientras observaba cómo intentaban levantarse, hice una señal. Mis secuaces comenzaron a cerrar todas las puertas, asegurándose de que nadie pudiera escapar. Las miradas desesperadas de los espectadores buscaban una salida, pero todo estaba sellado.

—Es gracioso cómo las cosas no salen a su favor... sino al mío.

El Daemon Ritus comenzó a brillar en mi pecho, emitiendo una luz sobrenatural que resonaba en el ambiente. Daphne y Zarkos miraron, atónitos, mientras sus propias almas comenzaban a separarse de sus cuerpos, un proceso aterrador y doloroso. No fueron los únicos: los gritos desesperados de los espectadores llenaron el estadio mientras sus almas eran absorbidas, incapaces de huir.

La energía que fluía desde el Daemon Ritus hacia mí era una fuerza indescriptible. Sentía cómo cada alma capturada me fortalecía, llenando cada fibra de mi cuerpo de un poder crudo y oscuro. Cuando finalmente el Daemon Ritus cerró su captación, mis músculos comenzaron a expandirse. Mi torso creció, mis brazos se volvieron más robustos, mi cola y piernas más firmes, y mi estatura alcanzó nuevas alturas.

La ropa que llevaba puesta se hizo añicos, incapaz de contener mi nueva forma, mis extremidades hinchadas de energía pura. Miré mis manos, mis garras más largas y letales que nunca, y me di cuenta de que había crecido casi un metro adicional. Mis músculos brillaban con cada movimiento, irradiando una fuerza que apenas podía contener.

Y entonces recordé la primera prueba, aquella transformación incompleta. Si combinaba eso con este poder... podría alcanzar un tamaño que llenara este estadio. En mi mente, un deseo ardiente crecía, insaciable.

—Quiero más.

VolveréWhere stories live. Discover now