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Fred fue el primero en romper el silencio, con su rostro de asombro y temor. Sus labios apenas se movían cuando dijo:

—¿Scrappy?

Sonreí con arrogancia, mi voz resonando con un tono de triunfo que llevaba años esperando.

—Hola, viejo amigo.

La multitud a nuestro alrededor cayó en un profundo silencio, como si el mismo aire se hubiera detenido. **Todos sabían quién era yo**. ¿Cómo no? Después de todo, fui el creador del caos en Spooky Island, el verdadero genio detrás de todo ese misterio.

Fred me miraba con una mezcla de incredulidad y desconcierto. Mis ojos se fijaron en él, en su rostro pálido y en su característica pañoleta.

—Sigues usando esa ridícula pañoleta naranja —le dije, con desdén.

Fred tragó saliva, recuperando algo de compostura. Su voz salió temblorosa cuando preguntó:

—Scrappy, ¿qué haces aquí?

Sonreí aún más.

—¿Cómo que qué hago aquí? Vine a ver a un viejo amigo. —Mis palabras tenían el doble filo del sarcasmo, y disfrutaba cada segundo de su reacción.

Fred dio un paso atrás, su mente aún tratando de procesar lo que estaba viendo.

—Pero tú... tú estás en la cárcel... ¡con cadena perpetua! —balbuceó, casi como si estuviera tratando de convencerse de que lo que veía no era real.

—Sí, por cierto... —hice una pausa deliberada, disfrutando su confusión—, **que no fuiste a visitarme**.

Los murmullos entre la multitud crecieron, y pude ver el miedo en sus rostros. Especialmente aquellos que estaban más cerca de mí. Tom, el pobre tonto cuyo cuerpo había estado usando hasta ese momento, estaba completamente **inmóvil**, como un muñeco sin alma. 

**Literalmente**. Y ahí estaba yo, subido a su nuca como si nada.

Fred lo notó. Sus ojos se agrandaron al ver lo que había hecho.

—Scrappy, ¿qué le has hecho a ese hombre? —preguntó, señalando el cuerpo inmóvil de Tom.

Me encogí de hombros, mi tono casual.

—Él solo es **Tom**, una marioneta que uso para ir donde quiero.

Fred frunció el ceño, tratando de comprender la magnitud de lo que acababa de decir.

—¿A donde quieras?

Antes de que pudiera responder, los guardias de seguridad de la librería comenzaron a moverse hacia mí, pero yo ya estaba listo.

—Scrappy, ¿qué es lo que quieres? No puedes estar aquí. —El tono de Fred era ahora más desesperado.

Mis ojos se entrecerraron mientras lo miraba fijamente.

—Tú sabes lo que quiero, Fred. —Extendí mi pequeña pata izquierda, sintiendo cómo una **sensación familiar** comenzaba a formarse en mi pecho.

El **Daemon Ritus** salió volando de la mochila, aterrizando en mi patita como si fuera atraído por un imán invisible. Fred lo vio y su rostro se descompuso en una mezcla de horror y desesperación.

—No... —murmuró Fred.

**Me reí**, con esa risa que llevaba tanto tiempo guardando para este preciso momento.

—Scrappy, por favor no hagas una estupidez —imploró Fred.

Mi sonrisa se ensanchó aún más.

—¿Estupidez? —chasqueé los dedos con un gesto dramático—. **No es una estupidez**. Es simplemente reclamar lo que es mío.

El **Daemon Ritus** comenzó a abrirse, su energía liberándose en una luz blanca cegadora. La multitud, confundida, comenzó a gritar mientras sentían cómo esa luz les empezaba a **quitar sus almas**. Una a una, las almas fueron siendo absorbidas, dirigidas al Daemon Ritus que brillaba cada vez más fuerte.

Fred intentó resistirse, pero no sirvió de nada. Lo vi luchando, intentando mantenerse en pie mientras su alma comenzaba a **desprenderse de su cuerpo**. Su grito de desesperación me llenó de una satisfacción incomparable.

—**Esta vez haré bien lo que antes hice mal** —le dije, con total convicción.

Fred gritó un último "**¡Nooo!**" antes de que su alma fuera finalmente absorbida por el Daemon Ritus. Lo vi desaparecer dentro de él, su esencia atrapada para siempre.

Con una sonrisa de pura satisfacción, miré el Daemon Ritus en mi mano y dije:

—**Uno menos, faltan cuatro**.

El verdadero juego acababa de comenzar.

VolveréWhere stories live. Discover now