"EL MAESTRO"

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Alexander caminaba por el denso bosque junto a su grupo de cazadores, el aire era pesado y los sonidos de la naturaleza se entremezclaban con el ocasional crujido de ramas bajo sus botas. Ya habían abatido un par de liebres y desmembrado a varios caminantes durante la mañana. Los cazadores que lo acompañaban no tardaron en felicitarlo.

—Tienes buena puntería, Alexander —dijo uno de los chicos, un adolescente alto de cabello oscuro, mientras cargaba un machete ensangrentado—. Eres el mejor cazador que tenemos.

—Sin duda, si sigues así, te convertirás en el líder de todos nosotros —agregó otro con una risa burlona, golpeándole el hombro con camaradería—. Aunque, claro... no sé si lo harías mejor que Elías. Oh, espera... —hizo una pausa teatral—, Elías está muerto, ¿verdad? Qué pena. Pero bueno, menos problema para ti, ¿no?

El grupo estalló en risas mientras Alexander mantenía una sonrisa congelada, sin decir palabra. Por dentro, algo se revolvía en su estómago, pero no dejaba que se notara. Solo asintió levemente y siguió adelante, ajustando su agarre en el arma. No tenía tiempo para reaccionar emocionalmente, no frente a ellos.

En la ciudadela, Valeria avanzaba rápidamente por las calles, llevando una canasta de pan recién horneado desde el ayuntamiento hasta la guardería. El aroma cálido del pan recién hecho se mezclaba con la brisa del lugar, creando un contraste casi surrealista en medio del caos cotidiano.

Cuando llegó a la guardería, observó cómo los niños jugaban en el patio, con risas despreocupadas llenando el aire. Cristian estaba allí, concentrado en un juego, y Valeria se inclinó para darle un beso en la cabeza.

Pero algo no estaba bien. Sus ojos buscaron entre los niños, y enseguida notó que faltaba Matteo. Frunciendo el ceño, dejó la canasta de pan y se dirigió hacia la parte trasera de la guardería.

Al doblar la esquina, vio una escena inquietante: uno de los guardias de las murallas salía del baño con Matteo, quien estaba en silencio, con los ojos enrojecidos como si hubiera estado llorando.

—¿Qué está pasando aquí? —preguntó, su voz firme, pero contenida.

El guardia, un hombre robusto y fuerte con el uniforme desaliñado, se giró hacia ella con una sonrisa tensa.

—El chico se lastimó —respondió secamente—. Se resbaló y lo llevé a lavar.

Valeria no podía apartar la vista de Matteo, que estaba llorando pero no decía una sola palabra. Su corazón se aceleró, había algo profundamente extraño en toda la situación.

—¿Por qué estaba solo contigo en el baño? —inquirió Valeria, su tono ahora más acusatorio—. Algo no está bien, y tú lo sabes. Déjame ver a Matteo.

El hombre frunció el ceño, y alzó su arma.

—No tienes permitido estar aquí —dijo con frialdad, llevando una mano a su radio—. Será mejor que te vayas antes de que llegue seguridad.

Valeria dio un paso hacia adelante, desafiando su advertencia, pero al ver que el hombre realmente estaba llamando por radio, retrocedió lentamente. No quería causar una escena que pudiera poner a Matteo en más peligro.

—Me voy, pero esto no ha terminado —le advirtió, su voz afilada.

Antes de cruzar la puerta de la guardería, Matteo la saludó con una pequeña sonrisa forzada. Pero Valeria notó algo más: el niño estaba cojeando, y su pierna tenía una ligera torcedura, como si hubiera sido golpeado o forzado de alguna manera.

Ella se mordió el labio, furiosa y preocupada, mientras se alejaba de la guardería.

Valeria atravesó los matorrales a toda velocidad, sus botas levantando polvo y hojas a su paso. Su corazón latía con fuerza mientras intentaba procesar lo que había visto. Al llegar al sótano donde Elías descansaba, abrió la puerta de golpe y lo encontró tumbado en el viejo colchón, mirando con cariño el dibujo que Matteo le había dejado antes de irse.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora