"MIS DOS ANGELES"

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La luz fría de los fluorescentes llenaba los pasillos del búnker mientras Alexander caminaba en silencio junto a Alexandra. Sus pasos resonaban en el eco metálico del suelo de acero. Había un silencio incómodo entre ambos, roto solo por la voz controlada y calculada de Alexandra, que hablaba sin cesar, como si quisiera preparar a Alexander para lo que estaba por venir.

—Sabes, Alexander, los bebés de Elías... no son normales. —comenzó, con un tono que parecía mezclarse entre lo científico y lo personal, como si la naturaleza del tema aún la inquietara un poco—. Cuando estuvo bajo nuestro cuidado hace varios meses, logramos reducir el patógeno del virus a un tamaño microscópico, más pequeño que una célula humana. Pero, con el movimiento de los bebés dentro de su cuerpo, eso puede cambiar.

Alexander no dijo nada. Su mirada permanecía fija en sus botas mientras caminaban. Cada paso se sentía más pesado que el anterior, no solo por el peso físico del equipo que llevaba, sino por las palabras de Alexandra que comenzaban a calar profundamente en su mente. Hablar del embarazo de Elías siempre le revolvía el estómago. No porque no quisiera esos bebés, sino porque sentía una constante culpa por lo que estaba sucediendo.

—¿Estás escuchando? —preguntó Alexandra, notando la falta de respuesta de Alexander.

Él asintió ligeramente, pero su mirada seguía perdida, viendo cómo las sombras de sus pies danzaban con el movimiento de las luces del techo.

—El patógeno... si se libera debido al movimiento de los fetos, podría esparcirse por todo su cuerpo, infectando cada célula que toque. Si eso ocurre, Elías podría terminar... —hizo una pausa, buscando las palabras correctas—. Bueno, podrías verlo como una papa frita al sol. Se secaría por dentro, descomponiéndose sin remedio.

Alexander cerró los ojos por un segundo, tratando de ahogar la imagen que acababa de surgir en su mente. Elías, reducido a nada más que una cáscara de lo que solía ser, debido a algo que nunca pidió. Sentía un nudo apretarse en su garganta, pero no podía dejar que Alexandra lo viera tan afectado. No aquí, no ahora.

—¿Y cómo puede estar embarazado? —logró preguntar finalmente —. Él no debería... no debería ser capaz de...

Alexandra lo interrumpió.

—Es el virus, Alexander. Su cuerpo ha sufrido una aceleración molecular constante desde que lo infectamos, lo que le ha permitido no solo adaptarse a cambios físicos rápidos, sino también desarrollar capacidades reproductivas. El virus, aunque mortal, puede alterar el cuerpo humano de formas que aún estamos descubriendo.

—¿Y los... mis espermatozoides?.

—Eso es lo más obvio, tontito. Tus espermatozoides, combinados con el ambiente alterado dentro de Elías, permitieron la concepción. En resumen, el virus hizo que fuera posible. Su cuerpo fue moldeado para adaptarse, y lo que en otras circunstancias habría sido imposible, aquí se volvió inevitable.

La idea de que el virus, el mismo que estaba destruyendo al mundo, era también responsable de los bebés que crecían dentro de Elías, era algo que Alexander no podía digerir del todo. Era como si el mal y la vida se hubieran entrelazado de una manera irónica y cruel. No podía evitar sentirse culpable por haber sido parte de ello, por haberlo expuesto a esa posibilidad. Y aún peor, no podía soportar la idea de que esos bebés pudieran matarlo.

Finalmente, llegaron a una gran puerta de acero que daba acceso a la sala de investigadores. Era una entrada imponente, con un sistema de seguridad avanzado que requería múltiples autorizaciones. Alexandra ingresó un código y la puerta se abrió con un suave zumbido. Dentro, la habitación era amplia, estéril, y llena de pantallas que mostraban gráficos, imágenes y datos en constante movimiento. Todo el equipo de investigadores parecía estar concentrado en sus labores, pero Alexandra los ignoró, guiando a Alexander hacia una mesa en el centro.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora