"LUCHAR POR AMOR"

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La ciudad estaba devastada. Elias, Valeria y Charlotte avanzaban a través de los escombros de Riposto, cubiertos por la lluvia que les empapaba la piel, el frío calando hasta los huesos. La explosión había dejado una huella imborrable en las calles, llenas de edificios derrumbados, coches volcados y cuerpos esparcidos como juguetes rotos. No había vida en el horizonte, solo destrucción. El humo ascendía desde las grietas en el suelo, y la lluvia parecía hacer eco del dolor de la tierra misma.

Detrás de ellos, Blanquin, fiel a su naturaleza, cargaba a Matteo en su espalda. El niño, todavía aturdido por el estruendo de los misiles, dormía, sin saber si despertar en un mundo que ya no se reconocía a sí mismo era un alivio o un tormento. A su lado caminaba el perro, con la cabeza baja, igual de agotado que el resto del grupo.

Elias mantenía la mirada al frente, pero las palabras de Alexander seguían resonando en su mente. Apretó el casco en sus manos, incapaz de soltarlo, como si aferrarse a él fuera su única conexión con la voz que escuchó antes de que todo colapsara.

—No entiendo… —murmuró Charlotte, su voz se apagaba entre el ruido del viento y el agua—. ¿Qué demonios fue eso?

—Alexander dijo algo… —respondió Elias, sin dejar de mirar hacia adelante—. Antes de que la explosión ocurriera, lo escuché decir "misil" por el intercomunicador.

Valeria levantó una ceja, apartando el agua de su rostro con un gesto brusco.

—¿Un misil? —repitió incrédula—. ¿La Orden está bombardeando sus propias ciudades?

—No lo sé… —dijo, con los labios apretados—. No pude hablarle, solo lo escuché antes de que todo se derrumbara.

El silencio cayó entre ellos por un momento, roto solo por el chapoteo de sus botas atravesando los charcos de barro y la lluvia. Los edificios caídos se alzaban como fantasmas de lo que una vez fue la ciudad. Las llamas de algunos autos en ruinas seguían crepitando, a pesar de la lluvia que intentaba apagarlas.

—Lo que sea que haya sido —intervino Charlotte—, nos está matando. Tenemos que salir de aquí antes de que lancen otro.

—Ya estamos casi fuera —dijo Valeria, con la mirada dura mientras escaneaba el entorno. Sabía que el peligro no solo venía del cielo—. No podemos bajar la guardia.

Tras horas de caminar, finalmente llegaron a las afueras de la ciudad. Las cenizas volaban a su alrededor, mezclándose con el aire húmedo y espeso. Las gotas de lluvia se llevaban las capas de polvo de sus cuerpos, pero no podían limpiar el peso de la tragedia que arrastraban.

A lo lejos, un antiguo colectivo abandonado se perfilaba entre los escombros. Valeria se adelantó, su mirada calculadora, buscando cualquier señal de movimiento antes de acercarse.

—Descansaremos allí —anunció, observando la estructura desgastada por el tiempo—. No tenemos otra opción.

Elias asintió con la cabeza, mientras el grupo se dirigía al viejo colectivo. Blanquin bajó a Matteo con cuidado, dejando que el niño descansara en el asiento más cómodo que pudo encontrar. Charlotte y Valeria se acomodaron también.

Pero el alivio no duró mucho. Unos gemidos, apenas perceptibles entre el viento, comenzaron a surgir desde los escombros cercanos. Valeria desenfundó su arma rápidamente, con el dedo ya en el gatillo.

—Caminantes —dijo en voz baja.

De la oscuridad, varias figuras tambaleantes comenzaron a aparecer. Las sombras se arrastraban hacia ellos, los cuerpos descompuestos se movían con torpeza.

—¡Bang! —Un caminante cayó al suelo, su cráneo atravesado por la bala.

—¡Bang! —Otro cayó, pero los gemidos no cesaban. Más caminantes emergían de los rincones oscuros, atraídos por el ruido y el olor de la sangre.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora