"BLANQUIN"

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Alexander descendió las escaleras hacia el sótano oscuro, con pasos vacilantes, cada crujido bajo sus zapatos  resonando en su mente. Aún no sabía qué iba a decirle a Elías, después de todo lo que había pasado. Valeria no le había dicho mucho, solo que él necesitaba ver a Elías. Y ahora, después de dos días de no saber dónde estaba su novio, lo había encontrado.

Al llegar al final de las escaleras, se detuvo. Allí estaba Elías, sentado en un viejo sillón de cuero desgastado, con la luz tenue de una lámpara titilante iluminándole el rostro. Tenía un libro en sus manos, pero sus ojos no estaban realmente enfocados en las páginas. Parecía absorto en sus propios pensamientos, roto, distinto.

Alexander sintió una punzada en el corazón al verlo así. Esa imagen le trajo recuerdos de aquel tiempo en el castillo, cuando había encontrado a Elías al borde de la muerte, cubierto en sudor y casi sin vida. La única diferencia era que ahora, aunque su cuerpo estaba más estable, su alma parecía haber sido destrozada.

—E-Elías —saludó, rompiendo el silencio. Su voz sonó más débil de lo que esperaba, como si no estuviera seguro de cómo reaccionaría.

Elías levantó la mirada lentamente, pero no dijo nada. Su expresión era fría, distante, una sombra de lo que alguna vez fue. Sus ojos estaban opacos, sin el brillo que Alexander había amado tanto.

—¿Cómo estás? —continuó, tratando de sonar casual, aunque cada palabra se sentía forzada. Se acercó un poco, pero la tensión entre ambos era palpable.

—Estoy aquí, ¿no? —respondió Elías con voz baja y sin emoción, cerrando el libro y dejándolo a un lado. No le devolvió la mirada a Alexander. Parecía estar mirando a través de él, como si su presencia no significara nada.

Alexander se acercó más, hasta quedar frente a él. Lentamente, se agachó para quedar a su nivel, buscando algún tipo de conexión en esos ojos apagados.

—Te extrañé —dijo, con un intento de suavidad en su voz, mientras le ponía una mano en el hombro—. Te he estado buscando, todos pensaban que… que te habían tirado a la fosa.

Elías permaneció en silencio por un momento, mirando fijamente a algún punto en el suelo. Luego habló, su tono ácido y lleno de resentimiento.

—Hubiera sido mejor.

—No digas eso, Elías. No te imaginas lo que sentí cuando pensé que te había perdido otra vez. No puedo vivir sin ti.

—¿Ah, no? —alzando la vista con un destello de enojo—. Pues lo estás haciendo bastante bien.

Alexander frunció el ceño, sintiendo la confusión apoderarse de él.

—¿De qué estás hablando?

Elías se puso de pie abruptamente, apartándose de Alexander. La ira contenida en su pecho parecía brotar de golpe. Caminó unos pasos hacia la pared, respirando de manera agitada.

—No te hagas el idiota, Alexander. Todo el maldito mundo lo sabe. Valeria me lo contó antes de traerme aquí.

—¿Saber qué? —Alexander estaba completamente perdido, su voz teñida de ansiedad.

Elías se giró, mirándolo directo a los ojos, con una mezcla de dolor y rabia que lo consumía por dentro.

—Katia está embarazada de ti.

El silencio cayó como un martillo. Alexander sintió cómo el aire se le escapaba del pecho. Su mente intentaba procesar lo que acababa de escuchar, pero le costaba demasiado.

—E-Elías… no… eso no puede ser…

—¡No te atrevas a negarlo! —gritó, sus ojos llenos de lágrimas contenidas. Su cuerpo temblaba de frustración—. ¡No puedes negar que la besaste! ¡No puedes negar que te dejaste llevar por ella! Y ahora… —Su voz se quebró—. Ahora ella va a tener un hijo tuyo.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora