"GIARRE II"

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El viaje hasta Giarre había sido largo, agotador y silencioso. Durante los dos días que caminaron por caminos desolados, carreteras vacías y ruinas de antiguas ciudades, ni Elías ni Alexander se miraron, ni intercambiaron una sola palabra. La tensión entre ellos era palpable, casi tangible, como una barrera invisible que los separaba a pesar de estar físicamente tan cerca. El sol se ocultaba cada día más temprano, las temperaturas caían y, con ellas, el ánimo de ambos parecía hundirse más en el frío.

El silencio no era cómodo, era sofocante. Las heridas de sus últimas discusiones no habían sanado, y ambos lo sabían. Pero ni siquiera el paisaje muerto y las señales del fin del mundo que los rodeaba eran capaces de romper esa pared entre ellos. Mientras avanzaban, Elías no podía evitar sentir un nudo en el estómago, un peso que no podía soltar. Sabía que Alexander estaba herido, no solo físicamente, sino también emocionalmente, y sentía el dolor de esa distancia. Sin embargo, algo dentro de él le impedía acercarse, pedir perdón o siquiera intentar arreglar lo que sea que se hubiera roto entre ellos.

Cuando finalmente llegaron a las afueras de Giarre, las primeras señales del frío extremo los obligaron a detenerse. El viento gélido cortaba la piel, y la temperatura descendía rápidamente. Las ruinas de la ciudad estaban cubiertas por una capa de escarcha blanca y helada. Las ventanas rotas de los edificios que aún permanecían en pie estaban cubiertas de hielo, y las calles se veían desiertas, como si la misma muerte se hubiera apoderado del lugar hacía mucho tiempo. No había señales de vida, ni animales, ni siquiera cadáveres recientes. Solo el frío implacable.

Sin decir nada, comenzaron a prepararse. Alexander, con movimientos automáticos y calculados, sacó el traje de la Orden del Diamante de su mochila y se lo colocó, ajustando cada pieza de la armadura negra con precisión. Elías hizo lo mismo, aunque sus manos temblaban ligeramente, ya fuera por el frío o por la tensión que se acumulaba en su pecho. Los trajes eran completamente herméticos, diseñados para soportar las peores condiciones climáticas y resistir los ataques de los mutantes. Sin embargo, incluso con la protección de la Orden, ambos sabían que las temperaturas extremas a las que se enfrentaban en Giarre eran mortales. Estaban entrando en una trampa de hielo.

Cuando ambos estuvieron listos, Elías revisó los niveles de oxígeno en su traje. Solo quedaba un 50%. Tenían que moverse rápido si querían sobrevivir.

—¿Listo? —preguntó Alexander, su voz saliendo metálica a través del comunicador de su casco.

Elías asintió, aunque no lo viera. Ambos sabían lo que estaba en juego. La posibilidad de que Matteo estuviera vivo era remota, casi imposible, pero el hecho de que hubiera una pequeña esperanza les había dado fuerzas para llegar hasta aquí.

Caminaron por las calles vacías, con los ametralladoras ligeras preparadas y la vista fija en cada rincón, cada ventana rota, cada edificio derruido. El ambiente era denso, y aunque no había señales de mutantes en las calles, sabían que podían estar escondidos, esperando el momento perfecto para atacar. El frío se colaba a través de las capas de sus trajes, y aunque estaban protegidos, la sensación de congelación era imposible de ignorar.

Avanzaron lentamente, cruzando las avenidas principales y esquivando los escombros que el paso del tiempo y el abandono habían dejado. Los edificios alrededor de ellos parecían tumbas, testigos silenciosos de una civilización perdida. Las sombras caían, cubriendo el suelo con una oscuridad inquietante. De vez en cuando, algún sonido lejano rompía el silencio: el eco de una ventana rota por el viento o el crujido de una pared que cedía ante el peso del tiempo.

—No hay forma de que alguien haya sobrevivido aquí —murmuró Elías a través del comunicador, observando las ruinas que los rodeaban.

—Lo sé —respondió Alexander sin volverse a mirarlo—, pero estamos aquí para asegurarnos.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora