"ALEXANDER"

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El sonido de los pasos pesados resonaba en las calles del refugio, acompañados por gemidos de dolor y susurros de desesperación. Los ciudadanos emergían lentamente de sus casas, sus rostros llenos de confusión y temor al ver el caos que se desplegaba frente a ellos. Cazadores destrozados por la batalla llegaban tambaleándose, sus cuerpos llenos de heridas, muchos apenas podían mantenerse en pie.

Las enfermeras se apresuraron desde el hospital del refugio, llevando camillas y kits de primeros auxilios, sus voces apenas audibles por encima del bullicio que llenaba el aire.

— ¡Aquí, rápido! —gritaba una de ellas, arrodillándose junto a un cazador con una herida profunda en el abdomen—. ¡Necesita puntos de inmediato!

Órdenes mezcladas con gritos de dolor y el choque metálico de camillas que se movían apresuradamente. Santiago, cubierto de sangre y casi inconsciente, fue el primero en colapsar al suelo. Varias enfermeras se arrodillaron a su alrededor, intentando detener el sangrado que manaba de múltiples heridas.

— ¡Llévenlo ya!.

Elias salió del búnker, su corazón acelerado ante la devastadora escena. Por un momento, el caos lo dejó paralizado: cazadores heridos, caras familiares distorsionadas por el sufrimiento, gritos. Sin embargo, algo mucho más alarmante lo sacudió. Buscó frenéticamente entre las personas alrededor, pero no encontró lo que más le importaba.

Alexander no estaba allí.

— ¿Dónde está...? —susurró, sintiendo cómo el miedo comenzaba a apoderarse de él. Su mirada recorría cada rostro, sus piernas se movían rápidamente entre las camillas, el pánico creciendo en su pecho.

No lo encontraba.

Su desesperación creció cuando reconoció a Tomás, el líder de los cazadores, apoyado contra una pared. Su rostro estaba cubierto de polvo y sangre, su brazo vendado a toda prisa, con una herida profunda que aún goteaba.

Elias corrió hacia él.

— ¡Tomás! —dijo, su voz temblorosa—. ¿Dónde está Alexander? ¿Qué pasó?

Tomás levantó la mirada lentamente, sus ojos vacíos de cualquier esperanza. Parecía que las palabras le costaban demasiado.

— ¿Dónde está Alexander? —preguntó nuevamente Elias, esta vez con más fuerza—. ¡Dime que está bien!

Tomás cerró los ojos con fuerza, respirando hondo antes de hablar.

— La... la Orden del Diamante —comenzó, luchando por decir las palabras—. Nos emboscaron. Fue una trampa... No pudimos hacer nada.

Elias sintió cómo el suelo se desmoronaba bajo sus pies. La realidad lo golpeó como un puñetazo en el estómago.

— ¿Qué estás diciendo...? —preguntó, con la voz rota—. ¿Dónde está Alexander?.

Tomás lo miró con lágrimas en los ojos, incapaz de sostener su mirada por mucho tiempo.

— Se lo llevaron, Elias. Se lo llevaron antes de que pudiéramos...contraatacar.

Su respiración se volvió errática, y su cuerpo parecía quedarse sin fuerzas.

— No...Se supone que Alexandra fue asesinada por los mutantes...es imposible que ella siga con vida.

Tomás solo pudo bajar la cabeza. Las palabras eran inútiles frente a un dolor tan profundo. Elias miró a su alrededor, pero todo se volvió borroso.

— ¿Por qué no lo protegieron? —su voz se rompió—. ¡Tenían que haberlo protegido!

Tomás tragó saliva, apretando los dientes mientras trataba de mantener el control, pero no había excusas que pudieran calmar el dolor que consumía a Elias.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora