"EN LA CARRETERA"

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Elías, Alexander, Matteo y Cristian caminaban en silencio por los pastorales, el sol de la tarde comenzaba a esconderse detrás de las colinas cercanas, tiñendo el cielo de un tenue naranja. Las zapatos de Alexander y Elías pisaban suavemente la hierba alta, sus pasos sincronizados después de horas de caminata. A lo lejos, Enna ya no era más que un punto en el horizonte. Los niños seguían su ritmo, con Matteo aferrado a la mano de Cristian.

Finalmente, después de cuatro largas horas, encontraron un árbol caído, sus raíces expuestas y ramas extendiéndose como si intentaran alcanzar el cielo una última vez. Era el lugar perfecto para descansar. Alexander dejó caer su mochila con un suspiro de alivio y se recostó contra el tronco.

—Según el mapa, Catania está al sur —dijo Elías, mientras señalaba en su muñequera —. Si mantenemos el paso, podríamos llegar en un par de días.

Alexander miró el cielo, que ya se teñía de un tono más oscuro.

—Es peligroso seguir caminando de noche, más aún cuando entremos en territorio del Wrihtie Camp. No quiero arriesgarme.

Alexander asintió.

—Podríamos parar en algún motel a dormir. Están cerca. Mañana retomamos la marcha con más luz y mejor preparados.

Elías lo miró, sus ojos llenos de preocupación, pero asintió, sabiendo que la seguridad de los niños era lo más importante.

Después de un breve descanso, retomaron su marcha, con la luz de la luna guiándolos hasta que encontraron un viejo motel a la orilla del camino. El lugar era lúgubre, casi sepultado por la vegetación, y en la entrada había cuerpos de caminantes esparcidos, la mayoría de ellos apenas reconocibles. Varias camionetas y coches volcados estaban a los lados, cubiertos de óxido y enredaderas.

Alexander inspeccionó la puerta principal, rota y colgando de una bisagra. Con una patada precisa, abrió una de las habitaciones cercanas. El olor a humedad y polvo llenó el aire, haciendo que todos arrugaran la nariz. Las paredes estaban cubiertas de moho y las camas destrozadas, pero el lugar parecía seguro, al menos por ahora.

—No es el Ritz, pero servirá —murmuró, encogiéndose de hombros.

Los niños, agotados, se dejaron caer en el suelo mientras Elías y Alexander comenzaban a buscar suministros. En una de las repisas encontraron algunas galletas y paquetes de comida sellados. Matteo y Cristian comieron con ansias, llenando sus bocas con las galletas que habían encontrado. Elías los miraba con una sonrisa, sus manos acariciando suavemente su vientre. Podía sentir los pequeños movimientos de sus bebés, como si respondieran al sonido de las risas.

—Ya casi llegamos —murmuró, más para sí mismo que para Alexander, quien se había sentado a su lado.

—Mañana será un nuevo día —dijo Alexander, pasando un brazo por los hombros de Elías—. Y si todo sale bien, pronto estaremos lejos de todo esto.

Elías asintió, dejando escapar un suspiro mientras seguía acariciando su vientre.

La noche estaba tranquila, el cielo despejado, y las estrellas brillaban intensamente sobre ellos. Matteo y Cristian dormían profundamente en el viejo sofá, acurrucados bajo una manta desgastada. Elías, apoyado sobre el borde del sillón junto a los niños, se levantó silenciosamente, notando que Alexander estaba en el balcón, con la mirada fija en el cielo. El brillo pálido de la luna iluminaba su silueta.

Elías se acercó despacio, rodeándolo por detrás con sus brazos y apoyando la cabeza en su espalda.

—Deberías dormir —susurró —. Mañana tendremos que caminar mucho.

Young hearts: The Last Love Donde viven las historias. Descúbrelo ahora